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Durante décadas se consideró que la inteligencia era el actor protagonista y es cierto que desempeña un papel muy importante, pero no interviene en solitario como explicaré más abajo. Además, el concepto de inteligencia que manejamos en la actualidad dista del enfoque psicométrico con el que se asocia habitualmente, es decir, el denominado coeficiente intelectual (CI).
En la actualidad disponemos de varios modelos explicativos como, por ejemplo, la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner o la teoría triárquica de Stenberg. Ambas comparten una misma idea, que la inteligencia no es algo unitario sino multidimensional. En el caso de Stenberg, plantea que la inteligencia puede descomponerse en tres partes y cada una de ellas participa activamente en la creatividad.
1. Inteligencia analítica
Capacidades clave: reconocer ideas, estructurarlas, asignarles recursos y evaluarlas.
Se trata de factores implicados en el rendimiento y es la dimensión de la inteligencia que habitualmente miden los test. En el ámbito laboral, la inteligencia analítica es importante, por ejemplo, para conocer el mercado de un producto o servicio pero en lo referente al ámbito creativo supone que las personas que solo poseen este tipo de inteligencia no son buenos generando ideas nuevas por si mismos.
2. Inteligencia experiencial/creativa (sintética)
Capacidades clave: definir problemas y proponer nuevas ideas.
En este caso se da la paradoja de que personas con capacidad sintética (creativa) a menudo no muestran un cociente intelectual muy alto debido a que no disponemos actualmente de ninguna prueba que pueda medir suficientemente estas cualidades. Pero en un ecosistema profesional marcado por la continua necesidad de innovar, la capacidad sintética es especialmente útil ya que permite generar nuevas ideas y resolver nuevos problemas, por ejemplo, creando nuevos productos para ponerlos a la venta.
3. Inteligencia práctica
Capacidades clave: capacidad de presentar ideas frente a otras personas y realizarlas.
Se trata de la capacidad de conseguir un adecuado “ajuste al contexto”, es decir, poner en práctica estrategias que permitan alcanzar objetivos combinando habilidades sintéticas y analíticas en situaciones cotidianas.
Pero como ya adelantaba al principio, la inteligencia no es el único actor protagonista. Por ejemplo, los rasgos de personalidad se convierten en muchos casos en el elemento diferenciador, en tanto en cuanto la persona creativa es alguien que debe tomar decisiones que suponen no solo pensar fuera de la caja sino también actuar en consecuencia. Significa asumir riesgos, comprometerse y en cierto modo desafiar el orden establecido. Eso hace que la creatividad sea más manifiesta en unas personas que en que otras dado que existen distintos niveles de decisión.
Por otro lado, tenemos la concurrencia de otro aspecto no cognitivo, el factor emocional, que es precisamente en el que se centró Daniel Goleman en su best seller “Inteligencia emocional: ¿Por qué puede importar más que el concepto de cociente intelectual?”. Las emociones como sustrato de nuestras motivaciones y de las fortalezas y debilidades que mostramos ante la gestión de la incertidumbre, la tolerancia al fracaso, etc. tienen una íntima relación con la creatividad.
En resumen, nuestras experiencias, capacidades, conocimientos, motivaciones y rasgos de personalidad, hacen que cada uno de nosotros posea una especial configuración mental que nos conduce por el camino de la creatividad. Algunos verán este camino lleno de obstáculos, otros en cambio se encontrarán como pez en el agua.