Dicen que Viriato nació en los Montes Herminios, en lo que en la actualidad sería la Serra da Estrela, en tierra portuguesa fronteriza con las españolas provincias de Salamanca y Cáceres, y estribaciones más occidentales del ibérico Sistema Central. Dicen que casó con la hija de un acaudalado íbero llamado Astolpas, entrando a formar parte de la alta sociedad prerromana. Algunos aseguran que era un pastor. Otros, que un guerrero. Infinidad de conjeturas sobre uno de los personajes más destacados de la historia de la Península Ibérica, del que nadie duda que se levantó contra el creciente poder de Roma en las tierra del suroeste peninsular, acaudillando a su pueblo, el de los lusitanos, uniendo a las tribus en una lucha conjunta contra el invasor que, hastiado por las continuas derrotas y deseando finiquitar la Guerra lusitana y terminar de someter y conquistar lo que actualmente serían las tierras de Portugal y Extremadura, decidió comprar a tres embajadores que el dirigente había enviado para firmar un acuerdo de paz, para que éstos, a la vuelta con su jefe, le traicionaran y dieran muerte mientras dormía en su tienda. Corría el año 139 a.C.
La resistencia lusitana no finalizaría aquí y el sucesor de Viriato en el cargo, Táutalo o Tántalo, llevaría a cabo una última ofensiva hacia los romanos, dirigiendo sus tropas celtíberas hasta el Levante, atacando allí a los invasores que desde el Este venían en tropel, que habían ya conquistado la mitad oriental peninsular y establecido una cada vez más amplia red de colonias. Su ataque a Sagunto sería repelido. Desesperado ante la persecución del cónsul Quinto Servilio Cepión, Táutalo se rendiría ante él. La Guerra lusitana habría terminado, pero comenzaba aquí uno de los enigmas históricos más controvertidos y que ha dado más que hablar en torno a la romanización de Iberia: la fundación de la ciudad de Valentia.
Arriba y abajo: el aspecto que ofrece hoy en día el puente del acueducto de Valencia de Alcántara, con forma de sifón invertido, responde a la última reforma llevada a cabo sobre el mismo, durante el siglo XIX, cuando se le incorpora la planta superior encalada que actualmente lo corona, reconstruyéndose el edificio previamente remodelado en el siglo XVI por el Maestro mayor de aguas de Sevilla, D. Luis de Montalbán, perdiendo poco a poco su primitiva forma romana, que aún perdura a través de una serie de arcos, tres completos y dos parciales, ubicados en la zona más oriental del puente de la obra hidráulica.
Tres serían las preguntas planteadas y ante las cuales los estudiosos no logran alcanzar un acuerdo en cuanto a la correcta respuesta. ¿Quién fundaría la ciudad? ¿Para quién se crearía Valentia? Y, fundamentalmente: ¿dónde se levantó? El origen de la ciudad quedaría constatado en base a lo que sobre este acontecimiento relatarían tres autores de la antigüedad: Apiano de Alejandría, Diodoro de Sicilia, y especialmente Tito Livio. El primero de ellos nos diría que el cónsul Cepión, rendidos los lusitanos, les concedería tierra suficiente para que la necesidad no les impulsara al bandidaje. Diodoro de Sicilia indicaría, de igual manera, que a los lusitanos vencidos se les concedió tierras y una ciudad donde establecerse. El mayor número de datos provendrían de Tito Livio, o más exactamente de las Periochae, o resumen que de su obra se redactó en el siglo IV d.C. y que nos permite conocer el trabajo que este autor escribió sobre la historia de Roma en el siglo I a.C., tras haber desaparecido la mayor parte de los volúmenes que compondrían tal compendio histórico. Según la Periochae 54, Tito Livio indicó: Iunius Brutus Cos. in Hispania, is qui sub Viriatho militauerant, agros et oppidum dedit, quod uocatum est Valentia. La traducción más compartida indicaría que Junio Bruto, cónsul, sería quien daría en Hispania tierras y una ciudad fortificada a los que habían luchado en tiempos de Viriato, llamándose ésta Valentia.
¿Fundaría la ciudad Cepión, o Junio Bruto? Todo apunta a que, mientras que el cónsul Quinto Servilio Cepión sería quien prometiese tierras y la fundación de una nueva ciudad al finalizar la Guerra lusitana, esta urbe no se levantaría por él sino por su sucesor en el cargo, Décimo Junio Bruto Galaico, nombrado cónsul en Hispania en 138 a.C., un año después de la derrota mencionada. No está tan claro, por el contrario, si la urbe se crearía para acoger a los lusitanos vencidos o, por el contrario a las licenciadas tropas romanas que habían logrado la victoria. El texto de Tito Livio da lugar a la doble interpretación, al mencionar que la ciudad y las tierras serían para los que lucharon sub Viriatho, lo que podría traducirse por "en tiempos de Viriato", o más bien "bajo las órdenes de Viriato". Pero el gran enigma vendría a la hora de fijar un enclave geográfico donde marcar la fundación de Valentia. Mientras que para algunos Valentia sería el origen de la actual Valencia levantina, antaño conocida como Valencia del Cid, otros defienden la posibilidad de que ésta fuera el germen de la portuguesa Valença do Minho, al Norte del país luso. Una tercera opción recaería sobre la extremeña Valencia de Alcántara, rayana y al Oeste de la región.
Arriba y abajo: vista septentrional (arriba) y meridional (abajo) del primero de los tres arcos completos que de la obra romana subsisten en el acueducto valenciano, enclavado en la esquina más oriental de su puente, sustentado por pilares acoplados a las irregularidades del terreno, donde sigue luciendo dos mil años después de su creación el característico labrado en almohadillado de sus graníticas dovelas que permite su datación a comienzos de nuestra era.
Los que defienden la hipótesis levantina verían en la fundación de la ciudad la consolidación del acuerdo al que llegaría Roma con Táutalo, logrando no sólo la rendición de los lusitanos, que tendrían una ciudad para ellos, sino además alejarlos de sus tierras de origen prometiéndoles otras mucho más fértiles, en la vega del río Turia, como medida de prevención ante un nuevo levantamiento desde el suroeste peninsular. Los que se decantan por la candidatura de Valencia de Alcántara, opinan todo lo contrario. Defienden que el desplazamiento geográfico promovido por Roma de los lusitanos no sería regional, sino una mudanza que llevaría a éstos desde las montañas a una zona mucho más llana y menos abrupta donde poder ser controlados con mayor facilidad. No obstante, el enclave donde se levanta el municipio extremeño, en plena Campiña valenciana, resultaría todo un fértil valle regado por múltiples arroyos y rodeado de colinas, en las estribaciones occidentales de los Montes de Toledo, donde poder ejercer la agricultura y la ganadería, lejos de los escarpados montes donde habitualmente residían los lusitanos. Este punto quedaría inclusive cercano a legendarios enclaves ocupados por los lusitanos, como la conocida popularmente como Cueva de Viriato o Peña Jurada, una gran oquedad natural abierta en uno de los macizos rocosos que conforman la Sierra de San Pedro, enclavada dentro del actual término municipal valenciano y entre las poblaciones de Membrío y Santiago de Alcántara. Tal abrigo natural acogería, al parecer pero no con poco peso histórico, durante un cierto periodo de tiempo al líder lusitano durante la contienda ejecutada por él y su pueblo contra Roma. Se cree incluso que, muy posiblemente, fuera en las cercanías de la misma donde tuviera lugar la celebración de su fausto funeral e incineración del cadáver del amado caudillo. Pero lo que más peso daría a esta opción extremeña sería la existencia de un texto del geógrafo Estrabón que, basándose en los escritos del viajero Poseidonio, que visitaría Hispania a finales del siglo II a.C., poco después del fin de la Guerra lusitana, hablaría del traslado de tribus lusitanas a la orilla izquierda del Tajo.
Arriba: vista norte del segundo arco completo, o arco central, de los conservados en el acueducto de Valencia de Alcántara de su obra original, bajo el cual trascurre el camino que une el enclave con el casco urbano de la villa.
Abajo: detalle del intradós del arco central, construido con dovelas graníticas cuyo almohadillado no sólo se muestra en las caras externas de la obra, sino también en el interior del mismo.
Arriba y abajo: vista sur del segundo de los arcos vestigiales del romano acueducto valenciano.
Descartada la opción portuguesa por la mayoría de los autores, al considerar poco acertado establecer una colonia en unas tierras fronterizas con Galicia que, al terminar las Guerras lusitanas, prácticamente no habían sido pisadas por Roma, Valencia del Cid y Valencia de Alcántara serían las firmes candidatas a erigirse como herederas de la Valentia de Junio Bruto. En todo caso, sendas Valencias mantendrían una característica común: su existencia en época de dominación romana. Bajo el suelo del centro histórico de la Valencia levantina, son abundantes los restos romanos que nos hablan de una ciudad amurallada, regularmente estructurada y dotada de puerto fluvial y destacados edificios públicos, como un circo, con inmuebles de hasta dos plantas y lujosas mansiones de las que rescatar ricos mosaicos, esculturas e infinidad de restos arqueológicos. En Valencia de Alcántara los vestigios romanos son de inferior calidad y cantidad, pero en absoluto inexistentes. A falta de una estructura urbana conocida, que nos pudiera hablar de los límites de la ciudad o de su número de habitantes, los abundantes restos encontrados en la misma localidad cacereña y sus alrededores dan testimonio indubitable de su pasado romano.
Aunque algunos autores sostuvieron que sería en la zona de San Vicente de Alcántara donde se enclavaría la urbe, mientras que Valencia asomaría desde el mismo suelo donde se asentó un palacio rural, la relevancia de las estructuras romanas conservadas en el propio municipio cacereño mantiene en pie la postura contraria, señalando a San Vicente de Alcántara y sus alrededores como una zona aledaña a la ciudad romana donde se ubicarían una serie de villas de entre las que destacarían por sus hallazgos la enclavada en la finca Torre de Albarragena, datada entre los siglos III y IV d.C., y donde se descubrieron una serie de mosaicos de relevancia, antiguo pavimento de las dependencias de la casa. Como respuesta a la ausencia o desconocimiento de un trazado urbano romano, se cree que posiblemente y como ha sucedido en otras muchas poblaciones de origen romano que han ido creciendo sobre sí mismas, en la propia Valencia de Alcántara la mayor parte del legado datado en esta época ha desaparecido según se regeneraba la propia urbe. A pesar de ello, los vestigios romanos subsistentes en la actualidad, a los que se sumarían otros conocidos de antaño y desaparecidos poco tiempo atrás, permitirían pensar que fue en este mismo enclave donde una ciudad romana tuvo presencia. Hablaríamos de dos puentes, una fuente, restos de calzadas y, fundamentalmente, un acueducto.
Arriba y abajo: el tercer y último de los arcos completos de la serie conservada de la original arquería de la obra de ingeniería romana, se acerca hacia el occidental valle que salva la construcción, unido aún a un cuarto arco, cegado y parcialmente desmembrado.
Al noreste de la villa, salvando el curso del arroyo de la Vid o Rivera del Avid, el conocido como Puente de Piedra, Puente Romano o Puente de Abajo, a pesar de haber sido reformado entre los siglos XVI y XVII, conserva como parte de su estructura su original arco romano, reconocible por sus sillares almohadillados. Más lejano de la población, sobre el río Alburrel, un puente de dos arcos, llamado Pontarrón o Puente de los Garabíos, muestra igualmente y a pesar de posteriores reconstrucciones, los originales sillares romanos de su base. Encuadrada dentro del casco urbano, en la calle Luis Braille y al Suroeste del municipio, una fuente bautizada como de Monroy se cree originaria de comienzos de nuestra era, aunque la estructura actual al parecer pudiera deberse a una reforma efectuada sobre la misma ya en el siglo XVIII. También reformado durante la Edad Moderna quedaría el acueducto, a pesar de lo cual siguen adivinándose un buen número de los originales arcos romanos que los sustentarían. Puentes, fuente y acueducto serían datados en su origen y por igual en el siglo I d.C., señalándose por tal motivo tal centuria como la época de expansión urbana del romano municipio.
El acueducto romano de Valencia de Alcántara conduciría hasta la ciudad las aguas de una fuente llamada del Oro, ubicada junto a la pedanía valenciana de San Pedro, al Suroeste de la principal localidad. De esta fuente se conservaría hoy en día el pozo cilíndrico, de 8 metros de profundidad y diez de diámetro, donde una serie de galerías arqueadas, hoy cegadas, permitirían recolectar el agua en su interior, partiendo ésta por otro canal hacia su destino. El descubrimiento en los derredores del manantío de aras votivas romanas que elogian las calidades salutíferas de las aguas, darían fe del uso en época antigua de las mismas. Desde la Fuente del Oro hasta la ciudad romana, la completa obra hidráulica acarrearía las aguas a lo largo de unos 8 kilómetros, que sería la longitud real del acueducto completo. A través de un caño, conservado en algunos tramos descubiertos entre el paisaje, el acueducto tendría que hacer frente antes de llegar a la urbe a las directrices del terreno, debiendo salvar el valle por el que discurre el arroyo o regato Peje. Sería aquí donde una larga arcada daría forma a la visión más común y propia que de un acueducto se tiene. Con 175 metros de longitud, la arquería o puente del acueducto contaría al parecer con diecisiete arcos, sobre los cuales y según algunos autores, otros veinte de menor intradós compondrían una planta superior, coronada finalmente con el canal que abastecería a la ciudad.
Arriba y abajo: los vestigios de un cuarto y un quinto arcos, que prolongarían hacia el Oeste la serie conservada de la original arquería romana, se aprecian aún embutidos dentro del aspecto actual que ofrece el acueducto valenciano, cegados y semidestruidos tras la última intervención a la que fue sometida la obra, cuando al dotarla de una galería superior en forma de sifón invertido tuvieron que ser desmontadas varias de sus dovelas, observándose todavía en las piezas restantes el almohadillado decorativo que permite adivinar en el inmueble la presencia de restos datados en el siglo I de nuestra era.
El aspecto actual del monumento, sin embargo, sería el resultado de diversas reformas efectuadas sobre el mismo a lo largo de las centurias, destacando entre ellas la iniciada en el siglo XVI, concretamente firmada en 1.575, tal y como quedaría registrado por contrato de obras conservado en el Archivo de Protocolos de Sevilla, localizado recientemente por los investigadores extremeños Bartolomé Miranda Díaz y Dionisio Martín Nieto. Tal reconstrucción sería llevada a cabo por el que entonces fuese arquitecto o maestro mayor de aguas y fuentes de la ciudad hispalense, D. Luis de Montalbán, al que el concejo sevillano encargaría a finales de tal siglo la construcción de diversas fuentes a enclavar en varias de las plazas de la localidad del Betis, tales como la Plaza de la Feria, la del Caño Quebrado o la del Barrio del Duque, o el arreglo de otras ya existentes como la fuente de la Alameda, la de Santa Lucía o la del Arzobispo. Más tarde, en el siglo XIX, se le añadiría al acueducto valenciano un piso superior que le daría a la obra forma de sifón invertido, tal y como ha llegado a nuestros días.
De la original obra romana que daría ser a la arquería o puente del acueducto, restan en la actualidad tres arcos íntegros, un cuarto semicompleto y cegado, y vestigios de un quinto, en serie todos ellos y ubicados en la esquina oriental del sifón que cruza el valle y sigue salvando las aguas del arroyo Peje. Mientras que los tres arcos completos quedarían en el rincón más alejado del cauce fluvial, transcurriendo bajo el arco central un camino público que conduce desde Valencia de Alcántara hasta diversas fincas y campos ubicados al Sur de la villa, los arcos cuarto y arranque del quinto se mantienen en la parte occidental de este conjunto, afectados por la última reforma llevada a cabo sobre el monumento, que al otorgar a la obra forma de sifón invertido tuvo que comerse parte de la constitución de éstos. Se adivina así que el diseño en sifón, aunque ya conocido por los romanos, muy posiblemente no fuera el que en la obra original se ofreciese, sino una arquería o puente plano donde la arcada mantuviera una línea recta sobre el paisaje, coronada por una segunda planta que en suave pendiente permitiese la bajada de las aguas por el conducto supremo, en un aspecto final seguramente muy similar al que hoy en día presentan otros acueductos romanos peninsulares datados en la misma fecha, como son el de les Ferreres, en Tarragona, o el de Almuñécar (Granada), lejano sin embargo de otros más cercanos geográficamente como pudieran ser los emeritenses de los Milagros, o de San Lázaro.
Arriba: los supuestos diecisiete arcos con que contó la planta inferior de la original obra hidráulica romana, se sustentarían sobre pilares constituidos por sillares graníticos y mampostería, compuesto cada uno por una serie de cuerpos cuya planta iría creciendo según se alejase de la línea de impostas, aumentando el número de los mismos como medida de acoplamiento al terreno que debían salvar.
Abajo: vista del pilar que sirve de sustentación a los arcos tercero y cuarto, cuyos sillares graníticos, aún almohadillados, permitirían fechar esta porción de la obra como parte fundamental del primitivo inmueble romano.
Abajo: a la serie iniciada con el pilar que, en la esquina más oriental del acueducto, sirve de sustentación del primero de los arcos, se sumarían no sólo las restantes bases que sostienen aún los arcos restantes, sino además vestigios de tres pilares más, recortados durante la última reforma llevada a cabo en el inmueble, que permitirían imaginar, en su prolongación, la imagen que inicialmente ofrecería la obra, equiparable en su conjunto y diseño posiblemente a otros acueductos levantados en Hispania y conservados hoy en día, tales como el de les Ferreres, en Tarragona, o del de Almuñécar (Granada).
Los arcos restantes de la original obra romana son fácilmente reconocibles por el característico labrado de los sillares graníticos que los componen: dovelas moldeadas en dirección radial y decoradas con almohadillado cilíndrico. Estas piezas, de no excesivo tamaño, permiten imaginar un monumento primitivo realizado con sillería granítica y mampostería de relleno de similar naturaleza pétrea. Los pilares sobre los que se sustenta la arquería conservada, en absoluta consonancia con los arcos mantenidos en pie, y entre cuyos sillares constitutivos se aprecian nuevos almohadillados, posiblemente sean como éstos vestigios del edificio original. Estas bases subsistentes se presentan compuestas por dos cuerpos, de menor longitud el primero y mayor planta el inferior. Los tres arcos preservados, así como el cuarto y quinto hermanos, mantienen por igual sus bases, a las que habría que sumar dos bases más, que continuarían la serie y que se aprecian en la prolongación occidental del edificio, sustraído su cuerpo supremo para acondicionamiento del sifón, pero mostrando un nuevo cuerpo bajo el segundo, que iría acoplando las columnas, desde la base de unión entre el tercer y cuarto arco, al continuo hundimiento del terreno hacia el valle, adivinándose que los restantes y desaparecidos pilares ofrecerían cada uno, en la obra original, una secuencia de cuerpos que se sostendrían en su verticalidad, ayudando a mantener la línea recta de la arquería frente al dibujo irregular del cauce del arroyo para cuya salvación había sido diseñada y levantada la obra. Un ejemplo de ingeniería romana que no envidiaría a otras obras hidráulicas contemporáneas a ella y cuyos vestigios, dos mil años después, no sólo enriquecen el patrimonio valenciano, sino el de toda la región extremeña, que cuenta con una herencia cultural romana abundante, valiosa y, en gran medida, desconocida.
Arriba: en la calle de Luis Braille, absorbida por el crecimiento urbanístico de Valencia de Alcántara, la conocida como Fuente de Monroy se mantiene en pie ofreciendo la imagen resultante de la remodelación a que fue sometido el monumento en el siglo XVIII, sin que por el contrario se dude por la mayoría de los autores de su primitivo origen romano, datado en el siglo I d.C., confirmando su presencia no sólo la romanización de estas tierras sino inclusive, y teniendo en cuenta la antigua existencia de otra fuente contemporánea a ésta, la realidad de un asentamiento de amplio número de población que necesitase nutrirse no sólo de las aguas de estos manantíos, sino también de las de la Fuente del Oro, trasladado del acuífero líquido desde ésta última hasta la urbe a través del acueducto de ocho kilómetros de longitud.
Abajo: desde el cruce que parte hacia Santiago de Alcántara (carretera CC-37), dejando atrás la vía que desde la carretera nacional N-521 lleva a la localidad de Cedillo (EX-374), puede observarse no muy lejos de Membrío la que fuera bautizada como Peña Jurada, popularmente Cueva de Viriato, una gran oquedad que asoma hacia el Sur desde uno de los macizos que conforman la Sierra de San Pedro, desde donde poder observar y vigilar el horizonte tal y como presumiblemente haría el caudillo lusitano durante la contienda que contra Roma ejecutó dirigiendo a su pueblo, hasta que traicionado en el año 139 a.C. fuera asesinado, incinerado su cuerpo en un fastuoso funeral que, según se cree, pudo haber tenido lugar en las inmediaciones de este mismo abrigo natural, confirmándose así la relación que estas tierras tuvieran con el personaje histórico y sus tropas, a las que Roma daría tierras y una ciudad que, en reconocimiento a su valentía sería bautizada como Valentia, posible germen de la actual Valencia de Alcántara.
- Cómo llegar:
Valencia de Alcántara, al Oeste de la provincia cacereña y cercana a la frontera portuguesa, se mantiene unida con la capital provincial a través de la carretera nacional N-521. Siguiendo el trazado de esta vía a través de la localidad, y siguiendo el curso hacia el país vecino, nos desviaremos desde ella hacia nuestra derecha, justo al terminar el casco urbano y dirigiéndonos hacia la pedanía de San Pedro, unida con la villa por la carretera CC-107. Pocos metros desde el desvío, y a la altura de la calle San Antonio, a nuestra izquierda veremos un camino que discurre hacia el suroeste. Esta vereda, apta para el tránsito rodado, conduce directamente hasta la arquería conservada del original acueducto romano valenciano, pasando bajo uno de sus arcos.