Artículo modificado
Con el asunto que apareció en los medios el otro día sobre Manos Limpias, me puse a reflexionar sobre el concepto de «Acusación popular». Es algo muy implantado últimamente en España, pero que no existe en todos los países. Aquí se ha puesto de moda gracias precisamente a las múltiples intervenciones de Manos Limpias que han convertido ciertos procesos en mediáticos.
La acusación popular no debería ser organizada
La acusación popular se ha convertido, de facto, en una fiscalía paralela.
La posibilidad de presentar una acusación popular no me parece mal; al menos no siempre. Me parece perfecto que cualquiera de nosotros, en un momento dado y por sentirnos perjudicados, podamos presentarnos en un asunto judicial como acusación particular o, en su caso, popular. Hasta ahí, lo veo correcto, e incluso saludable para el sistema. ¿Dónde veo el problema? Pues precisamente en que la acusación popular se convierta en una organización, en un grupo de personas que cada día, decida presentarse como acusación en los más variados asuntos, con la excusa de que pueden ser de interés general. Ya no entraré en cómo se pueden financiar estas organizaciones ni en quiénes las financian porque no quiero ahondar (todavía) en las últimas acusaciones recibidas por uno de los representantes de Manos Limpias (como entidad todavía no ha sido imputada en ningún delito y queda por ver si hay motivos o no para hacerlo; ya se verá).
Pero ya me da igual quién o cómo se financie cualquier organización de este tipo, lo que no puedo compartir es el hecho en sí de instrumentalizar, incluso «profesionalizar», diría yo, la acusación popular. Si lo analizamos, veremos que Manos Limpias se había convertido, de facto, en una segunda fiscalía, lo cual no es sano en absoluto, jurídicamente hablando. E insisto, me da igual cómo se financie o cuales sean sus motivos ocultos para hacer «tanto bien a la sociedad». La acusación popular ha de ser la excepción, no la norma.
Ramón Cerdá