Entonces me puse a repasar las historias de mi repertorio que pudieran ser atractivas para los chicos, pero comprobé que con ellas iba a naufragar en ese mar de hormonas. Todas muy lindas, sí... pero en su conjunto imposible pensar en sostener tantos minutos de atención e interés. Entonces me puse a leer y leer. Cuentos y más cuentos: terror, amor, humor; los géneros inundaban con sus historias cada rato que tenía disponible para la lectura, pedí recomendaciones (que fueron muchas y yo agradecido). Pero aún así no podía encontrar la historia que me conectara con ellos. Es decir: sentir que tal o cual cuento me haría cómplice, me diera la llave de su atención, me posibilitara generar risas, suspiros, pensamientos... Nada. Y la fecha se acercaba. Y la presión aumentaba. ¿Qué cuentos les iba a contar? La ansiedad me carcomía los días.
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