La verdad pesa como una gran losa fúnebre. Y el cerebro y la mente no están para soportar tanto peso; un epitafio corto tal vez, pero no una verdad permanente y telúrica, no. Así que para adelgazar ese peso que nos asfixia, nos subdividimos las verdades en pequeñas realidades, y entre ellas, inculcamos pequeñas medio mentiras o mentiras a secas. Y después, las unimos nuevamente. Y esa es la verdad que admitimos, una verdad adulcorada por el entorno y la supervivencia. Nuestro peso, así, se vuelve más liviano; y al mismo tiempo más cínico e irónico, o termina siendo un esmerado hipócrita si se adelgaza demasiado esa losa fúnebre, porque los hay a quienes ni siquiera les pesa la verdad porque la han dejado casi en el envoltura de la apariencia. De ahí que la verdad siempre sea relativa y dependa más de lo que queremos ver que de lo que vemos. Y los hay incluso totalmente ciegos. Todo por la incapacidad de soportar el peso de las tantas realidades que conforma la presunta verdad. Nadie tiene la absoluta comprensión de la verdad, a pesar de que haya muchos que coincidan, manipulen y comuniquen un criterio concreto por y para la sociabilidad, la causa de éxito de la especie. No se puede sobrevivir fiel a la verdad, pero adelgazar demasiado esa carga, nos convierte en los animales más mortíferos del planeta.