Adictos xiv

Publicado el 26 febrero 2015 por Julia Julia Ojidos Núñez @JuliaOjidos

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Adictos XIV

ADICTOS XIV

Michael abrió los ojos, tenía un remanente dolor de cabeza. La boca seca, los ojos le escocían. Tragaba con dificultad. Una nube rugosa le cubría los ojos. Pestañeó intentando por todos los medios enfocar su visión. Le sorprendió la agudeza de su olfato. Fue en ese momento cuando percibió el olor a podrido y el inseparable frío. Estaba tumbado sobre un colchón. Su cuerpo completamente desnudo se cubría por una fina manta. La luz natural entraba por unas pequeñas ventanas enrejadas. Pasaron varias horas hasta que pudo recuperar por completo la movilidad de su cuerpo y una visión adecuada. Aunque la perdida de dioptrías era notable. La fotosensibilidad se apoderaba de sus ojos. Se incorporó lentamente y logró arrastrar las piernas hasta el perfil del colchón. Notó el suelo bajo sus pies. Las paredes y el suelo eran de hormigón. La forma rectangular de aquella estancia le recordaba una caja de cerillas. Al otro lado de la cama anclado a la pared, había un inodoro y un lavabo. Las paredes estaban cubiertas de letras escritas con sangre. Parecía que allí, habían escrito un diario. Fechas y nombres en ruso se esparcían por la habitación. Se dirigió tambaleándose hacía el lavabo. Justo encima de él se veía la marca ennegrecida de un rectángulo, parecía el lugar donde había estado ubicado un espejo durante mucho tiempo. Se agarró al borde del lavabo y comenzó a recordar quién era y porque había terminado en aquel lugar. Bajó despacio la cabeza pensando que la decisión que tomó fue arriesgada y al final ha pagado por ella. Comenzó a oír un susurro, un pequeño susurro, que paraba y continuaba. Era algo melódico, cómo una nana susurrada. Distinguió de donde procedía. Separó el colchón de la pared. Encontró bosquejada en la pared una rejilla de ventilación que comunicaba varias estancias. El susurro procedía de allí. Parecía de mujer. Quitó la rejilla, se sobresaltó ver un rostro al otro lado. La cara de aquella mujer era cadavérica. Sus enormes ojos ocupaban gran parte de su graneo arrugado y lleno de cicatrices. Parecía una mujer anciana, pero no lo era. Carecía de labios, su gran mandíbula parecía desproporcionada a su cavidad. Grandes y puntiagudos dientes chocaban uno contra otro en el mismo punto. No pestañeaba. Su cara estaba pegada al suelo, mirando su dirección. Se incorporó agilmente de un salto sin apoyar los brazos ni las rodillas. Al alejarse vio completamente su cuerpo desnudo. Arrugado y lleno de cicatrices cómo su cara. Parecía que vestía un traje natural varias tallas más grande de la que necesitaba. Se sentó en una cómoda cama. Sus pies eran grandes. Las uñas kilométricas. Parecía un monstruo en vez de una persona. Se apartó de aquella visión con auténtico pánico. Le aterrorizaba terminar de aquella manera.

Michael había permanecido varias semanas sedado antes de despertar. Era un invitado de honor. Había comenzado a husmear más de la cuenta. Toni le estaba controlando. Quería deshacerse de él, pero las inquietudes de Michael le ahorraron el trabajo. Él solito se metió en la boca del lobo. Así que fue bastante gratificante descubrirle en la zona B. En esas semanas…, justo diez pisos por encima de aquella cavidad semienterrada, el rubio intentaba averiguar su paradero.

Tenía que jugar varios papeles y todos ellos sin levantar sospechas. Después de visitar los barrios periféricos y suministrar la droga. Se tomó un tiempo de descanso. Como todos los jueves tomaba café en la sala cercana a la recepción. Una pequeña sala para empleados que albergaba una pequeña cocina modular y una mesa redonda con cuatro sillas. Preparó café y se sirvió una porción de Ptichie moloko * . Estaba pensativo, intentaba atar cabos sueltos; intentaba descubrir el paradero de Michael. Cómo agente encubierto, no podía permitirse ninguna baja inocente. Haría todo lo posible por encontrarle, aunque sabía que el tiempo era una herramienta valiosa que tendría que tener en cuenta.

Katia les dijo a sus compañeras que se iba a tomar un café. El rubio desde aquel punto la vio levantarse de la silla. Acomodar su falda de tubo y quitarse los auriculares con micrófono de su cabeza. Le parecía preciosa. Siguió su contoneo hasta que alcanzó el apartado.

- Buenos días. – dijo ella con una sensual sonrisa.

- Buenos días Katia. ¿qué tal la mañana? – le devolvió la sonrisa.

- Bastante bien gracias. – comenzó a verter el café recién hecho en su taza. Acompañó su café con Pastila*

- Oye una pregunta; ¿has visto últimamente a Michael? – le preguntó Katia.

- No, la verdad es que he estado muy ocupado estos días. Ahora que lo dices no he coincidido con él hace varias semanas.

- ¿Te puedo contar una cosa?; no puede salir de esta sala. – le dijo casi en susurro cerca de su oído. – el rubio se puso en guardia. La miró y asintió con la cabeza.

- Hace tres semanas, Michael se acercó a recepción. Le noté nervioso, pero es una aptitud muy propia en él. Es un hombre tímido. Cada vez que se dirige a mí a veces tartamudea. Es un poco inseguro cuando habla con mujeres, pero a la vez es encantador y tierno. – el rubio detectó en sus palabras lo perdidita que estaba por sus huesos.

- ¿Eso es lo que quieres que no salga de aquí? ¿Estás enamorada de ese tipo? – mantuvo su mirada.

- No, tonto. Es una manera de decirte, que estoy preocupada por él, por qué verdaderamente me importa. Lo que te quiero decir. – en ese momento entra Toni en la pequeña sala.

- Rubio, en marcha. Te estaba buscando. Siento joderte el rollete, pero tienes que venir conmigo.

Lidia revisa el apartamento, atranca la puerta con un mueble, va a la cocina. Sabe perfectamente donde Irina escondía su dosis. Detrás del embellecedor del mueble alto. Se sube a una silla y palpa con una de sus manos aquella superficie.

- ¡Bingo! – lo dijo en alto, dejando escapar una torcida sonrisa.

Abrió el pequeño paquete, sin esperar más, se dirigió al baño. En uno de los cajones del mueble del lavabo encontró varias jeringuillas sin usar. Preparó el compuesto y le pinchó cerca del codo, una de las zonas menos deteriorada. Su estado disfuncional; su deterioro, hizo que Lidia le suministrara la dosis completa. En aquella bolsa habría más de cuatro gramos. No quiso comer nada antes de marcharse. Se aseguró de que Éric estuviese arropado con varias mantas, le puso un barreño a los pies del sillón y una botella de agua fresca. Le escribió unas palabras en un trozo de papel y lo depositó sobre la mesa auxiliar. Salió de allí.

El aire en el exterior se movía con rapidez. Levantaba los papeles acumulados en el suelo, formando una nube sobre su cabeza. Los semáforos de aquella zona estaban fuera de servicio. Pasó por delante del escaparate del pequeño supermercado. Los cristales estaban reventados. Los trozos de cristal se esparcían por el interior. Vio varios cuerpos descomponiéndose en uno de los pasillos. Algo al lado de uno de ellos le llamó la atención. Un bolso que reconoció de inmediato. Entro en silencio, andaba despacio. Cogió del suelo una barra de hierro descolgada de una estantería y se aproximó hacía donde estaba el bolso.

El cuerpo estaba tumbado bocarriba. Su aspecto le puso en alerta. La textura de sus tejidos y el olor hizo agacharse con cautela. Sin duda era el bolso de Irina. Se lo regaló en uno de sus cumpleaños. Tiró de el con fuerza, pero aquel cuerpo tenía agarrada una de sus asas. Intentó abrirle el puño, pero solo consiguió despertarle. Se incorporó chasqueando la lengua, tirando con fuerza del asa. Se abalanzó sobre el cuello de Lidia, pero antes de que pudiera reaccionar, alguien le arrancó la cabeza. Lidia respiraba con dificultad. Le temblaba todo el cuerpo. Al levantar la mirada reconoció los pantalones que le habían salvado. Éric le ayudó a levantarse. La cogió entre sus brazos y la beso los labios. Lidia se separó despacio para observar su estado. Había recuperado tono muscular y tejidos en el rostro. Casi no se podía ver los huesos expuestos del omóplato. Permaneció abrazada a él varios minutos. Cogieron el bolso y subieron de nuevo al apartamento de Irina.

El rubio conducía el coche, Toni no paraba de hablar en el asiento de copiloto, uno de sus confidentes en la calle le ha dado un chivatazo.

- He ido a recaudar la pasta esta mañana y me he encontrado con el fichas muerto y con su puta medio muerta. Nada de dinero, ni droga. Han visto a una mujer entrar sola en la nave. Luego han oído disparos. Los yonquis de la zona han visto a la misma mujer cargar una bolsa en un coche rojo aparcado a dos manzanas de ese punto.

- ¿Tenemos descripción de la fulana? – le comenta el rubio sin dejar de mirar al frente.

- No, no tenemos una mierda. El jefe me va a meter una bala por el culo, si no la encuentro y acabo con ella.

Pararon el coche cerca de donde se la vio por última vez. El rubio encendió un cigarrillo, mientras esperaba las indicaciones de Toni. Observó la zona desde su perspectiva. No encontraron nada. Las huellas producidas por los neumáticos en el barro no determinaba ninguna pista. Había cientos de huellas en aquel barrizal. El rubio no se fiaba de Toni. Siempre sospechaba que jugaba sucio. Aquella situación le hizo sospechar aún más. Aquel tipo había preparado todo aquello.

Irina sigue dormida. Michael trabaja afanoso en el otro extremo de la sala. Sigue experimentando, ha descubierto muchas cosas sobre la toxina que causa el deterioro del tejido. El microorganismo patógeno, posee cápsula antifagocitaria y produce una exotoxina que provoca los primeros síntomas. En teoría debería permanecer de forma vegetativa entre dos y cinco semanas, pero ocurre el efecto contrarío, otra sustancia desconocida bloquea ese estado para iniciar los cambios desde el primer minuto de exposición o contagio. Ha conseguido controlar la inflamación linfática, para evitar una septicemia grave. Otras preguntan interminables pasean alarmadas en la cabeza de Michael. ¿y después qué? ¿aquellas personas que superen el contagio, podrán volver a contagiarse o serán inmunes?

Necesita hablar con Hao sobre este asunto. La única manera de saberlo, es capturar con vida a varios zombis, para determinar y confirmar el modo de contagio. La droga o el mordisco.

Victor ha podido calmar su sed de carne. Ha comido antes de llegar a la salida de la calle Alcalá. Tiene un aspecto desastroso. La sustancia está cambiando su físico de forma brutal. Casi no mantiene su melena. El pelo de las cejas ha desaparecido. Tiene descolgado en jirones su oreja derecha. Uno de sus brazos está inservible. La única y buena ventaja es que casi no ha disminuido su capacidad de razonamiento y eso sin lugar a dudas le mantiene vivo.

Sabe que dependiendo del individuo puede aceptar a su equilibrio neurológico y anular los pensamientos racionales, dejándose llevar solo por los sonidos y la llamada de su líder. Absolutamente eres uno más en la manada. Actúan por instinto de supervivencia y no saben nada de estrategias. Por ese motivo la persona infectada que conserva toda su parte racional es sin lugar a dudas poderosa.

Estuvo varios minutos escondido, miraba a un despistado zombi cerca de la parroquia. Estudiaba su comportamiento. Según parecía, estaba allí para controlar ese lado de la alambrada, pero sospechó que no era el único. Una mujer salió de la parroquia, llevaba puesto un velo rosado en la cabeza. Tenía parte de su mandíbula descolgada. Comenzó a abrir sus fosas nasales y respirar de forma continuada. Había encontrado algo. Se desplazó con rapidez y comenzó a escalar uno de los frondosos árboles que permanecían impasibles cerca de la entrada de la parroquia. Víctor observó con atención. Algo calló desde lo alto. Un joven aterrizó de forma forzosa contra el alquitrán de la calle. El sonido fue inequívoco para Víctor; se había partido la espalda. Sus gritos de dolor atrajeron a más zombis que se tiraron sobre él hasta dejarle en los huesos. Fue entonces cuando saltó la valla. Despreocupado de que le vieran, se puso detrás de aquella jauría. Comenzó a chasquear la lengua; entonces actuaron cómo esperaban, el grupo se apartó a sus ordenes y le dejaron comer. Todos menos la cenicienta novia que comenzó a ofrecer resistencia. Víctor tenía que mostrar su poder. Así, que se dirigió hacía ella y con movimiento limpio le arrancó la cabeza.

El grupo de encapuchados que había rescatado al pequeño Mateo y que posteriormente llevaron a su base secreta se hacían llamar “ REVENGE”. Estaban en el interior de la ciudad, ocupaban y se movían libremente por los túneles del metro. La base estaba situada en la estación de Plaza España. Un lugar limpio de zombis. Desde que el gobierno anunciara la noticia de la aparición de criaturas extrañas que se apropiaban de los cuerpos, contagiando a la población civil. Habían sellado a cal y canto todas las entradas y salidas del metro de Madrid. La zona centro, estaba protegida por militares y fuerzas especiales de otros países.

Sin lugar a dudas era un buen escondite.

Se reunían en una habitación no muy grande. Era un lugar donde los empleados de metro realizaban sus paradas de descanso.

Mateo estaba animado, contaba una y otra vez cómo se apoderó del autobús y describía de forma cómica como el zombi se balanceaba dentro de el, mientras intentaba manipular el vehículo descontrolado. Frank estaba junto a él. Era un pobre diablo con un pequeño déficit de inteligencia. Le gustaba encargarse de la protección de Mateo. Para sus compañeros les era más útil allí, que en el campo de batalla. En ese momento llegaron un par de hombres, uno de ellos portaba un maletín de piel bastante ajado.

- Hola, campeón. – le acarició el pelo alborotándolo hacía ambos lados. – Mateo le escrutaba.

- Me permites que le eche un vistazo a ese bonito muñón. – le miraba con la boca abierta.

- Sí. – asintiendo con la cabeza.

Destapó con cuidado la gasa que cubría la herida. Cuando la tuvo al aire, observó con atención el resultado de la amputación. Su rectitud gesticular preocupó de pronto a Frank que miró tímidamente a los ojos del pequeño. En ese momento el doctor levantó la cabeza y comenzó a sonreír.

- Tengo buenas y malas noticias, Mateo. – el niño miró cabizbajo.

- Empezaré por las buenas. No sé quién ha realizado este excelente trabajo, verdaderamente me gustaría conocer al responsable. Ha cicatrizado perfectamente, la zona está limpia y los puntos ya se han caído.

- Dígame las malas. – las lágrimas de Mateo empezaron a deslizarse por su cara sonrosada.

- ¡No llores…, la mala noticia es que tendremos que pincharte varias veces al día un antibiótico bastante fuerte, para evitar un retroceso. Soló durante tres días. ¿De acuerdo? – Mateo había comenzado a soltar aire que había secuestrado en sus pequeños pulmones; emitiendo un ruido similar a como escapa el aire de un globo hinchado.

- Gracias señor. – había recuperado su sonrisa – Frank le pellizcó el moflete de forma cariñosa.

Lidia y Éric comenzaron a vaciar el bolso de Irina. Estaba repleto de cosas, encontraron un tubo de lubricante vaginal, un par de condones. Un cepillo de dientes de viaje. En el interior de su cartera había una tarjeta. Era elegante y de un material caro. La tarjeta era personal. El nombre no le sonó de nada, pero lo repitió varias veces. – Hao, Hao, Hao…, – no sabía de quién se trataba. pero esperaba que Irina estuviera en un lugar seguro; a salvo. Cogió el bolso del revés y agitó en el aire para conseguir vaciarlo por completo. Había dos juegos de llaves. Uno lo reconoció enseguida, pero el otro le hizo sospechar. Le llamó la atención un grabado en aquella pieza circular de plata; había un árbol del té. Era el mismo símbolo que aparecía en la tarjeta. Éric tenía hambre, abrió despacio la nevera y comenzó a prepararse unos huevos fritos que colocó encima de rebanadas de pan de molde.

Lidia se apoyó en la ventana con una taza de café en las manos, contempló desolada el paisaje. Estaba extenuada, su estado anímico estaba por los suelos. Pensaba en su cariñoso gato persa. En su anterior vida. En todas las cosas que habían ocurrido desde que realizó una de las primeras autopsias; aquellas autopsias fueron la clave para confundir sus criterios médicos. Los cuerpos tenían la respuesta. Aquellos cuerpos que de alguna forma volvían a la vida; era la prueba que necesitaba. Tal vez si pudieran encontrar un sitio seguro, para poder analizar sus tejidos. Tendría el resultado que quería.

Permaneció ensimismada en aquel mundo irreal; quizá solo en apariencia. Éric la rodeó la cintura con sus brazos y comenzó a besar delicadamente su cuello. Lidia comenzó a estremecerse, giró su cuerpo y besó sus labios. Quería tenerle cerca, pero sabía que no era buena idea. Tenía que plantearse esperar. Deseaba hacerle el amor. Desde hacía más de dos meses que comenzó todo aquello, era el único momento que se sentía a salvo. Allí, entre sus brazos.

El rubio tenía más trabajo cada día, pensaba elaborar la mejor estrategia; no podía levantar sospechas. Estaba sopesando una idea que surgió desde los últimos acontecimientos; necesitaba encontrar a aquella mujer antes que Toni e interrogarla. Solo eran sospechas, pero llevaba mucho tiempo en ese trabajo y tenía un presentimiento.

Izan entró en el metro, paseo durante varios minutos observando las imágenes que elegantemente se esparcían por las altas pareces de la estación. Tenía que averiguar quien le seguía. Se agachó para atarse el cordón de su zapato. Miró en dirección a la entrada. Pudo ver en breves segundos a un hombre de mediana edad, con un gorro de piel de oveja sobre su cabeza; el típico gorro ruso. Su paso firme le hizo sospechar que era militar. Comprobó de forma rápida sus facciones. Se incorporó. Sacó una de sus cámaras y comenzó a hacer fotografías por toda la estación. Enfocó y realizó una fugaz fotografía al sospechoso. No podía regresar a su habitación de hotel, decidió desplazarse en metro por toda la ciudad, hasta cerciorarse de que nadie le seguía. Cuando logró despistarle. Se bajó en una estación a las afueras de Moscú, pertenecía a unos de los barrios humildes. Allí subió los escalones de un edificio medio rehuido. En la séptima planta encontraría su refugio provisional.

©Julia OJidos Núñez

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