Empezar es lo fácil, por la inercia del asunto. Empezar se empiezan cosas todos los días sin querer. Se empiezan semanas, meses, años, horas, minutos, segundos. Iniciamos cursos, relaciones, dietas, viajes, paseos, charlas. Comenzamos a ver una serie, a escribir un libro, a escuchar una canción. Con pocos años hemos emprendido tanto que ríete tú de las star-ups. Luego hay auténticos líderes del inicio, gente que tiene master en lo de empezar. Se atreven con negocios, proyectos, planes, matrimonios, partidos, empresas, grupos de música. Adictos a las posibilidades, necesitados de adrenalina, bailando entre lo valeroso y lo inconsciente.
Ahora, terminar es otra historia, por lo activo del asunto. Vale que mucho de lo mencionado antes también se puede acabar por dejadez, pero no importa tanto el cuánto sino el cómo. Los días concluyen, claro, también las horas, los trabajos o las películas, te esfuerces o no por ello. Pero no es igual irse que ser despedido, ni aguantar hasta el final que quedarse dormido. Es distinto el adiós de Joseph Blatter al de David Letterman. Así que es complicado. O no tanto.
No, porque empezar y terminar viene a ser lo mismo. Como en los finales de The Wire. Cada uno, consecuciones de imágenes de las gentes de Baltimore con una canción de fondo perfectamente escogida, describe de forma ejemplar aquello que El rey león nos enseñó a llamar el ciclo de la vida. Tomas tus decisiones, cambias tu entorno, pero seas camello, profesor, periodista o policía, el juego es el juego, y tú estás dentro. Y este seguirá siendo así estés o no para cambiarlo. Avon Barksdale, el mayor traficante de las primeras temporadas, entendía la unidad del principio y el fin. Decía que en la estancia en la cárcel solo contaban dos días.
"You only do two days no how. The day you go in and the day you come out."
Comienzo y desenlace son la misma cosa, por definición del asunto. Simplemente cambia la perspectiva. Hace tiempo encontré un vídeo en el que juntaban el primer y último plano de cincuenta y cinco películas. Me impresionó recordar la vergüenza perenne en Shame, la apariencia sostenida de Amy (Rosamund Pike) en Perdida, o el incasable esfuerzo de Andrew Newman (Milles Teller) en Whiplash, ya fuese en un ensayo al inicio o en su gran concierto final. Todo atado, todo consecuencia directa. Entender esto implica comprender que el camino es lo importante.
Luego el camino es lo difícil, por consecuencia del asunto. Es la oportunidad para resultar universal, trascender, llegar más lejos. Pero ante la dificultad aparece el ingenio humano, siempre tan fascinante. Se repiten los clichés de estafador, los atajos, las promesas, el "no te preocupes", el "seguro que llegamos". Como Ian Malcolm (Jeff Goldblum) asegurando a su hija que estána salvo en El mundo perdido. O Edward Norton en El club de la lucha, lanzando la de "everything is gonna be fine" para hacerse a la chica. Qué truhán el Norton. Claro, que si suena Where's my mind y me coges de la mano, te creo que nos salvaremos aunque esté presenciando el Apocalipsis.
Con todo esto tan atado, tan obvio, sigue quedando sin embargo una opción fascinante. Algo maravilloso, mágico, un recurso que resuelve todos los conflictos de forma aceptable en un porcentaje de los casos tan abrumadoramente alto que es sorprendente que algo siga en pie. Se trata de la capacidad de mandarlo todo a la mierda. El fuck it, qué os den, otra copa, a tomar por culo, ar-go fuck yourself, se acabó. Como Tim Minchin en Nothing ruins comedy:
So bring it on, bring it on
Phone the hookers, stoke the bongs
I am a rockstar, I've got my own orchestra, I can do what I fucking want
Eso es más o menos lo que les deseo en este año nuevo. Que entiendan que sus inicios no importan porque son fáciles y que sus finales tampoco porque son irremediables. Que lo significativo es el camino. Pero si es demasiado tarde para que el camino se arregle, siempre pueden mandarlo todo al carajo y esperar a que todo se arregle solo. Aleluya.