La encontré ayer en el tanatorio de la M-30, adonde acudí ante la llamada de un buen amigo al que se le había muerto el suegro. Despues de saludarlo a él, de dar el pésame a su mujer y de hablar de cosas triviales, como sucede en estos momentos tan difíciles, mi amigo me mostró la revista Adiós, tres de cuyos ejemplares de enero/febrero de 2010 se hallaban en una repisa del minivestíbulo de la sala-velatorio que les habían asignado.
-¿Tú te crees la poca vergüenza que tiene esta gente? -me dijo mostrándome la portada de la revista.
Le eché un vistazo y tuve que darle la razón. No se puede ser más estúpido ni pecar de mayor falta de tacto y respeto a una familia que acaba de perder a uno de sus miembros que ponerle una revista delante de las narices en la que se habla de "Secuestro de cadáveres".
Nadie reprocha a la EMSFM que edite una revista y que haga las portadas que le dé la gana, pero ponerlo en un velatorio me parece de un mal gusto fuera de lo común... y eso que soy una persona con cierta dosis de humor negro.
Eché un vistazo al contenido de la revista. La redactora jefa es Nieves Concostrina, una respetable colega mía, especializada en asuntos relacionados con la muerte y el más allá, a la que seguí durante un cierto tiempo en su colaboración Polvo eres, de Radio 5, y con la que, incluso, tengo amigos comunes.
De hecho, el título de la revista hace alusión a un repotaje muy digno de Nieves en el interior.
También me llamaron la atención estos chistes, malos a más no poder y, una vez más, inadecuados para estar en un lugar donde los apenados deudos velan a un interfecto de cuerpo presente.
No he querido reproducir aquí la publicidad que incluye la revista, la mayoría de ella sobre ataúdes. Perdón, en la terminología de las empresas del sector arcas fúnebres, que eso de ataúd debe produdir cierto rechazo.
Yo me pregunto si habrá alguien que se decida a comprar una de estas arcas para su finado solo por ver la publicidad de la revista mientras aguarda la llegada del tipo del seguro que gestiona el entierro o la incineración pertinente.
Por cierto, esto me recuerda una anécdota de cuando murió mi padre. Estábamos hablando con el representate del seguro cuando le sonó el teléfono móvil. ¿Adivinan la sintonía que tenía en el aparato? La muerte tenía un precio.