2016 para mí personalmente y también a nivel social, ha sido un año duro, feo, lleno de desgracias.
Todos los artistas que han muerto prematuramente este año -y siempre- llevaban una vida afectada por la adicción a las drogas, la depresión, los trastornos bipolares... y a pesar del mucho éxito profesional, nunca pudieron rebasar la fragilidad emocional proveniente de infancias durísimas.
Infancias maltratadas=psiques debilitadas=el arte como vía de redención (en el mejor de los casos).
Algunas infancias duras son luego superadas, pero siempre marcan. Y muchos no lo consiguen nunca.
El estándar de crianza y educación habitual es ya de por sí neurótico, carente, autoritario, frígido. Si a eso se suman familias desestructuradas, ausentes, carentes de recursos económicos, intelectuales y/o emocionales... pues ya es el desastre.
El daño emocional ha caracterizado a la civilización humana desde sus inicios, somos un mono que se volvió loco, represor, que solo sabe construirse desde la dualidad dominante/dominado en todas sus escalas.
Y esto se hace especialmente flagrante frente a los niños, sobre quienes vertemos toda nuestra mierda emocional, reproduciendo el desamparo y la neurosis generación tras generación. Familias y escuelas basadas en la represión y el autoritarismo, el abandono y el miedo.
Comparto esta reflexión final, deseando que el 2017, un bonito número primo, nos traiga a todos más luz, más conciencia, más fuerza, más felicidad.
¡FELIZ AÑO 2017!