Esta Navidad ha sido muy especial para mí. He conocido a mi nieto Liam que nació en Noviembre y he podido disfrutar de unos días maravillosos en familia en Civitavecchia, Italia, que es donde vive ahora mi hijo.
Pero la vida siempre nos da una de cal y una de arena, mientras Liam se abría a la vida, Gaspar, mi gato de acogida, nos dejaba.
Desde hace un par de años colaboro con una colonia felina en la Universidad de Barcelona. Gaspar era uno de los gatos de la colonia y llevaba muchos años viviendo felizmente en ella. Era un gato muy especial, todos los voluntarios y los estudiantes lo querían porque era muy cariñoso y bueno. Pero los años pasan y llegan los achaques de la vejez; Gaspar tuvo que ser operado y necesitaba un hogar confortable y calentito para pasar la convalecencia y vino a mi casa.
Pero llegó Liam, que nos llenó de felicidad a todos y yo no veía el momento de viajar a Italia para
conocerlo y tenerlo en mis brazos. Y entonces la infalible Ley de Murphy se cumplió una vez más: justo el día antes de mi partida Gaspar se puso malito y hubo que llevarlo al veterinario de urgencia. Parecía una falsa alarma, le hicieron pruebas y no encontraron nada preocupante, volvió conmigo a casa y yo salí de viaje dejándolo al cuidado de una vecina y compañera de la asociación que siempre se ocupa de él cuando viajo.
Cuando llegué a mi casa y la encontré vacía no podía dejar de llorar. Todavía espero verlo a mi lado sobre su mantita, escucho cualquier ruído y pienso que está ahí, me levanto por la mañana dispuesta a darle su desayuno antes que nada. Lo extraño mucho. Y lamento no haber podido estar a su lado para acompañarlo en su último viaje. Pero me consuela pensar que tuvo la mejor vida posible a pesar de haber nacido en la calle. Fue feliz en el jardín de la Universidad con los otros gatos y pasó sus últimos años recibiendo todo el amor del mundo en exclusiva, calentito, cómodo y feliz en mi casa.
sois más allá arriba para velar por mí.
Os quiero.