Vinilo Azul. -“Adiós a Ojanguren”
En plenas turbulencias veraniegas, mientras demasiadas cosas se estaban agitando en mi vida y en mi corazón, una llamada de un número que no tenía archivado se empeñaba en sonar. Debió ser a la tercera o cuarta ocasión en que ese número probó suerte que acabé por responder. Eran de la Librería Ojanguren. Querían liquidarme los ejemplares de “Viajes al fondo del precipicio” que habían vendido. ¿Hacía cuánto de aquello? Ya cinco años de la edición de mi segunda obra. No les había dejado ni mi tercera publicación -”Elevator”- ni la cuarta y última -”Justos por pecadores”. De aquella había decidido concentrar las ventas en unas pocas librerías. Aún recordaba la emoción de contemplar “Viajes...” en su escaparate. No había pasado por allí para recoger la liquidación porque sabía de su mala situación económica y, cuando supe que iban a cerrar, pensé qué narices, que se queden ellos un dinero que no cambiaría mi vida.
Sin embargo, ante tal empeño, no me quedó otra que recoger un puñado de euros y cinco ejemplares no vendidos. Mientras hablaba con una de sus empleadas, me invadió una profunda melancolía, de otros tiempos pasados, de otros tiempos completamente distintos. Traté de recordar mis primeras veces allí, abrumado por todas las estanterías que invocaban un respeto reverencial al libro. Un culto al que uno se entregaba con pasión, ayudado por la escenografía del lugar y por las múltiples posibilidades de hojear algunas de las publicaciones. Supongo que a quien no haya conocido los tiempos donde no existía internet y en los que no había la ocasión de conseguir el escaparate del mundo con un clic, todo esto le sonará a chino. Pensará, incluso, que vaya estúpidos, ¿no? Emocionarse por estar en una librería y poder hojear libros diversos, ya fueran de literatura, de música, de cine o de historia. Así son algunas de las pérdidas de este nuevo mundo informatizado y, tantas veces, sin alma. Porque hojear (y leerse) aquellos libros de letras de Tom Waits, las biografías musicales de la Editorial Júcar, trastear con los ejemplares de la “Etiqueta Negra” o de la “Etiqueta Roja” de la misma editorial o mirar al interior de la “Guía del Vídeo-Cine” para encontrar una película y su ficha, era ya un placer único, especial y prácticamente inédito hoy.
Se va la Librería Ojanguren víctima de unos tiempos que transforman todo, desde nuestras relaciones personales hasta la propia vida en la ciudad. Siempre que voy a casa de algún amigo o conocido voy instintivamente a curiosear en su biblioteca, en los libros, discos o vídeos que almacena. El otro día sentí una enorme desolación cuando el anfitrión me mostró una caja negra donde guardaba su biblioteca, su música, sus pelis. Una caja negra de desamparo para quienes escribimos, para los que necesitamos la luz o las sombras de un libro, un disco o una película. Una caja negra que engulle librerías como Ojanguren a la que dijimos adiós hace unos días en la ciudad. Una caja negra, de un fondo abisal negro, de un agujero negro, que ya ocupa su lugar antes de comenzar a subir la calle del Peso desde ahora.
MANOLO D. ABADPublicado en el suplemento "D-Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 24 de septiembre de 2017