2013 empezó con fuerza, con un prometedor viaje a Nepal para trabajar durante dos meses en una escuela de una de las poblaciones más apartadas y humildes del país, una aventura que verá la luz en forma de libro en este año que se avecina.
Quizá por eso, porque el inicio fue tan potente, el resto del año se me ha antojado un tanto anodino. Probablemente influido también por la impotencia y el desencanto que se respira en nuestro país, que no deja de afectarnos a nivel personal.
Ha sido el año de Habana Jazz Club, una novela, en mi opinión, mejor escrita y más redonda que Nunca fuimos a Katmandú (la experiencia es un grado), pero que ni de lejos ha alcanzado el mismo éxito. Sin embargo, también me ha dado muchas satisfacciones: fue presentada en la librería
En lo personal he sufrido alguna que otra decepción: amigos que no lo eran tanto ni tan buenas personas como parecían, y me lo han demostrado de forma abrupta; otros se han ido sin hacer ruido, por el propio desgaste de una relación que no tenía razón de ser, supongo. Pero en compensación ha habido nuevos encuentros, amistades que se han afianzado, y agradables sorpresas por parte de personas de las que no me lo esperaba.
Vaya lo uno por lo otro y sigamos adelante.
Ahora es tiempo de proyectos, de ponerse objetivos y cumplirlos, al menos yo trato de hacerlo. Fijarse una meta es crear ilusión y ganas de seguir luchando por lo que se quiere, y alcanzarla o avanzar unos pasitos, proporciona esos pequeños destellos de felicidad por los que merece la pena vivir.
Feliz 2014 para tod@s.