Confusiones, las justas. Si a la Generalitat le ha costado darse por aludida y durante 24 horas ha hecho oídos sordos a la medida cautelar del Tribunal Constitucional de eliminar el euro por receta, no debería extrañar. También hace oídos sordos cada día del año a su pueblo, ese que les votó con más o menos convicción como al mesías que ha de llevarles a la tierra prometida. Pero primero viene el desierto, eso no lo avanzaron. Ahora juegan a salvarnos del yugo español imperialista. Sin embargo, la guerra parece que sólo se juega en ver quién entra (y sale) más veces de los juzgados por casos de corrupción en cualquiera de sus vertientes.
El Constitucional ha suspendido durante cinco meses, hasta que se produzca la sentencia definitiva, el euro por receta, que venía aplicándose desde junio pasado a todos los medicamentos que, con receta, se adquirían en la farmacia. El Constitucional ha suspendido la repetición en el tiempo de este robo porque, por mucho que se propugnen decretos que lo legalicen, no deja de ser un robo, una medida injusta y amoral para recaudar dinero. Ellos ya saben dónde está el dinero. En Suiza, pero también más cerca. Falta valentía para recuperarlo. Y es que el hábito de lo legal no viste a este monje perverso que mina los cimientos del estado del bienestar. El euro por receta, además de un robo, es un agravio comparativo respecto a los ciudadanos de otras comunidades autónomas que, sencillamente, tienen la suerte de vivir en otro lugar que no sea esta cueva de Ali Babá. El problema de que no hayan querido darse por aludidos hasta el último momento responde a una sordera y ceguera ya crónicas. De la misma manera que no tengo cuentas en paraísos fiscales, ni desvío dinero destinado a ocupación para financiar mi partido, ni utilizo el coche oficial para ir a la peluquería o para que lleve a mis hijos al colegio cada mañana, de esa misma manera, tampoco iba a pagar un euro por receta porque sería ser cómplice del expolio: cómplice y víctima al mismo tiempo. Si no oyen ni ven es su problema, pero cuando dirigen nuestro destino se convierte en nuestro problema también.