Hay que reconocerlo. Ver por primera vez a Manute Bol es una experiencia inolvidable. Resulta increíble contemplar cómo la naturaleza es capaz de crear personas como él, únicas en el apartado físico. Manute medía 2.31 metros sin calzarse unas zapatillas, algo que no hizo hasta bien entrada la adolescencia. Hasta entonces, era uno más en su pueblo del corazón de Sudán, y tuvo que ser el ojo de un embajador estadounidense el que acabara dando a conocer su inmensa figura en el resto del mundo.
Un tipo de la planta de Manute Bol no podía pasar desapercibido en el preciso instante en el que el baloncesto de la NBA se abría al resto del mundo. A principios de los 80, la NBA había dejado de ser un espectáculo hecho por y para los norteamericanos, y empezaba a convertirse en un fenómeno global. Y no sólo a nivel de espectadores, sino también a nivel de jugadores. Empezaban a llegar en masa los primeros europeos a la mejor liga del mundo, y también llegaron con cuentagotas algunos jugadores africanos, en un momento en el que África estaba en boca del primer mundo, más concienciado que nunca en el problema eterno de la pobreza y el hambre de aquél continente.
Al contrario que el nigeriano Akeem Olajuwon, convertido en figura de la NCAA con los Houston Cougars y futuro Hall of Fame y superestrella de la NBA, Manute Bol llegó a EE.UU. sin hacer ruido, en la medida de lo posible teniendo en cuenta su interminable figura. Fue a un insituto de Cleveland especializado en la enseñanza del inglés, y su experiencia en el basket universitario se limita a una temporada con el modesto college de Bridgeport, en la que promedió 22.5 puntos, 13.5 rebotes y más de 7 tapones por partido. Su coordinación era prácticamente inexistente, pero era un gigante jugando contra niños.
Los Washington Bullets eligieron a Bol en la segunda ronda del Draft de 1985. Por aquel entonces, Manute pesaba menos de 90 kilos, y daba la sensación de que sus delgadas piernas podían quebrarse en cualquier momento. Los Bullets le impusieron una estricta dieta a base de pizza, y consiguió engordar casi diez kilos antes de empezar la temporada. Ya en ese primer año, Bol fue una de las grandes atracciones de la NBA, un tipo capaz de taponar el imparable sky hook de Kareem Abdul-Jabbar. Al final del curso, lideró la liga en tapones y fue incluido en el Segundo Quinteto Defensivo. En su tercera temporada, los Bullets incorporaron a Muggsy Bogues, el jugador más bajito de la historia, juntando en su plantilla a dos fenómenos de la naturaleza, cada uno en polos opuestos. Esta extraña pareja no hizo sino aumentar la popularidad de Bol y su reconocimiento en todos los lugares del mundo, aunque su carrera no terminaba de despuntar. Seguía siendo una amenaza para todos los rivales por su capacidad para poner tapones, pero no había mejorado en cuanto a coordinación y velocidad. Era como un saltamontes que recorría la pista con sus increíbles zancos.
En 1988 fue traspasado a los Golden State Warriors, y bajo la batuta de Don Nelson añadió a su repertorio un recurso que parecía increíble: el lanzamiento de tres puntos. Desde siempre, los rivales le flotaban descaradamente en ataque cuando estaba fuera de la zona, y Bol aprovechó esta ventaja para empezar a intentar triples. 20 triples anotados en la temporada 1988-89, y 20 momentos de alucinación para todo el público presente. Después de los Warriors, Manute fue traspasado a los Sixers de Philadelphia como especialista taponador desde el banquillo, pero poco a poco las lesiones empezaron a aflorar y mermaron su carrera. Su peculiar constitución física fue precisamente su peor lastre, y nunca pudo recuperarse de sus problemas en las rodillas. En 1995, los Bucks le cortaron sin debutar, y puso fin de este modo a su carrera con 32 años.
Tras 10 temporadas en la NBA, Manute Bol llegó a ganar cerca de seis millones de dólares, más todo lo que pudo percibir gracias a anuncios y contratos publicitarios. Pudo optar por vivir cómodamente en EE.UU., pero prefirió regresar a su Sudán natal e intentar ayudar a un país tradicionalmente sumido en guerras endémicas, corrupción y hambre. Sus problemas de salud se agravaron, y tuvo que recibir diálisis por una enfermedad renal. Precisamente, el tratamiento contra su enfermedad del riñón le produjo una dolencia aún más grave, el síndrome de Stevens-Johnson, una enfermedad de la piel que ha acabado por poner fin a su vida.
Manute Bol falleció ayer en el hospital de la universidad de Virginia en Charlottesville a los 47 años, después de más de diez años dedicado a ayudar a los más necesitados. Su nombre significaba "bendición especial", y desde luego que lo fue para miles de compatriotas sudaneses que pudieron tener una vida mejor gracias a una persona singular cuyo corazón era tan enorme como su interminable cuerpo. Descanse en paz.