Si todos los partidos socialdemócratas de Europa tienen dependencia de sus sindicatos afines, el partido laborista británico se lleva la palma. Los sindicatos han sido los auténticos responsables de que el laborismo no pisase mucho el número 10 de downing street durante la segunda mitad de siglo y es el riesgo que se cierne sobre el laborismo actualmente.
Pero los sindicatos no solo son importantes por el tercio que representa en la elección de líder laborista, lo son porque supone la principal fuente de financiación del partido. Ahora, en época de crisis, habiendo perdido las elecciones y habiendo perdido el tirón que Blair tenía con las clases financieras de la City, el partido necesita de sus fuentes de financiación tradicionales, ya que no abundan los donativos. Por lo que el laborismo debe tener mucho cuidado de no caer en ese chantaje, es un elemento más que hace de Ed Miliband un rehén.
En su discurso de investidura, Ed ha querido tomar un punto medio con bastante poco éxito. Ha dado un mal discurso en el que no supo ni pudo adecuar las críticas al new labour con las alabanzas a sus muchos logros, por lo que fue del todo incoherente, inconexo y, en muchos casos, titubeante. Quienes le tildan de novato izquierdista han visto confirmadas sus sospechas en un discurso que, aunque esperado, se vio empañado por la incertidumbre del futuro de David Miliband. La renuncia a quedarse como Canciller del Exchequer en la sombra ha sido para evitar una bicefalia incómoda para su hermano, ya que la prensa estaría más pendiente de las discrepancias que de la labor dirigente de Ed. Aunque el menor de los Miliband crea que se ha deshecho del problema con la marcha de su hermano, con ella le resultará mucho más complicado hacerse con los diputados más afines al new labour -es decir, casi todos- ya que no se verán identificados con su nuevo jefe.