Quizá porque hablan de cosas tan pasadas de moda como la dignidad y la valentía, de cómo recuperarlas si se perdieron o cómo conocerlas por fin.
"The apartment", "Una vita difficile", "The grapes of wrath", "Ninjo kami fusen", "Moonfleet", "The wild bunch"... y desde luego "It´s always fair weather", que como tantos grandes musicales de los dorados 50, ha quedado envuelto en una especie de burbuja, pareciendo imposible a estas alturas disociarlos de un estigma tan respetuoso como desagradablemente nostálgico. No debe ser casualidad que todas, en voz alta o sottovoce, transfiguradas en aventura o no, exultantes o desgarradoras, sean además reflexiones sobre la amistad y cómo le afecta el paso del tiempo.
No recuerdo todas las melodías ni sabría apreciar técnicamente la dificultad de las coreografías. Pero jamás olvidaría la cara de Cyd Charisse cuando cae en la cuenta de que Gene Kelly, ese hampón en horas bajas que se odia a sí mismo, tal vez sea más auténtico que todos los hombres que inevitablemente la han adulado durante años y cómo por fin (ilustrado en el inovidable número sobre patines "I like myself", que es una de las máximas muestras, junto o por encima incluso de su famoso predecesor en "Singin´ in the rain" de aquellos que se rodaron "entre el público" y no haciendo la abstracción de que el resto de personajes - sólo al final - entienden el surrealismo, que desde siempre ha sido precisamente lo que más me gustaba de los musicales) él es capaz de sentir algo por primera vez por una chica. Si a ella le gusta él, ¿por qué no debería gustarse a sí mismo?
O ese momento en que Dan Dailey escupe a su gordo jefe todo lo que piensa de él (y de sí mismo), en nombre de todos los snobs arrepentidos de este mundo.
O el gesto de Michael Kidd cuando reconoce lo ridículo que resulta llamar Cordon Bleu a su puesto de hamburguesas en Schenectady.
La premisa argumental, tan limitada, de la reunión de excombatientes, que podría haber sido un panfleto lacrimógeno-doméstico, se transforma en las manos de la divina Betty Comden - genio en la sombra de estos films tan famosos y otras maravillas olvidadas como "Bells are ringing" o, una vez más, "Designing woman" de Minnelli; no es difícil atar cabos- en una de las mejores reflexiones que en el cine han sido sobre la segunda oportunidad de vivir, que tanto contrasta con el otro género que abordó el duro regreso de soldados a la vida civil, el cine negro.
Stanley Donen acaba de cumplir 86 años y lleva los últimos 25 sin dirigir una película. Con su edad, Manoel de Oliveira, se disponía a iniciar el rodaje de "O convento" y le faltaban cinco años para legar su obra maestra "Palavra e utopia". ¿Donen no merecía esa segunda oportunidad?