Adiós, compañeros

Publicado el 16 septiembre 2016 por Daniel Guerrero Bonet

¡Qué tiempos de pelambre negra...!

La vida es una carrera de resistencia en la que vamos recorriendo etapas y alcanzando metas que nos acercan a un destino, al principio, muy lejano, y con los años, demasiado cerca. Durante la carrera, dos afanes nos motivan a seguir participando sin desmayo: la familia y el trabajo. Nada nos impele más a perseverar en esta competición vital que la familia que vamos formando mientras corremos y el trabajo que nos ayuda a sacar fuerzas para seguir siempre adelante y cumplir la misión de llegar hasta el final. La familia constituye un estímulo permanente, mientras que el trabajo es temporal, como el combustible de los cohetes: proporciona impulso el tiempo suficiente para escapar de las ataduras terrenales y permitirte que la última etapa del viaje la orientes a tu antojo, que la recorras en libertad.

El último vericueto

Esa etapa la acabo de alcanzar y, a partir de hoy, el trabajo deja de ser un condicionamiento que resta tiempo y fuerzas, nunca ilusión, para hacer lo que quiera,hacer otras cosas. Intentar valorarlo desde esta perspectiva, cuarenta años de trabajo se condensan en un instante, en un `parece que fue ayer´ cuando estrené en Huelva la primera bata blanca, conseguí plaza en Córdoba (tiempos de pelambre negra) y, al cabo de un año, volví a Sevilla a desarrollar el resto de mi vida laboral. El primer paciente me daba pánico; el último, respeto. Pero nunca me sentí solo porque siempre tuve la fortuna de estar con compañeros con los que he compartido esta experiencia que hoy se antoja fugaz. Muy pocos desde aquel inicio profesional, como Pedro en Huelva, Fernando en Córdoba y Pepe en Sevilla. Muchos otros, aun en la brecha, a lo largo de años, como Paco, Aurelio y demás. Alguno ha quedado en el camino, como mi inolvidable José María, casi un hermano. La mayoría de ellos me confiaron su afecto y amistad, enseñándome lo que no aprendí en la facultad: ser un profesional honesto. Y con ellos he pasado noches en vela, días de agobio y jornadas festivas dentro de las paredes blancas de un hospital. Ratos buenos y algunos malos. Horas de tensión y horas de relajo, con charlas, cafés y hasta excursiones para celebrar lo que sea. Tantas horas y tantos amigos que es imposible recordarlos a todos para agradecerles lo que me han dado: compañía y confianza. Y a todos he tratado de corresponderles con reciprocidad, apreciándolos como personas y como profesionales en lo que fuesen: celadores, auxiliares, personal de mantenimiento, limpiadoras, camareros, administrativos, enfermeros, técnicos de laboratorio o médicos.
Más que el trabajo, al final se echa de menos a los compañeros, esos que quedan en la memoria de nuestro transcurrir durante más de cuarenta años por los vericuetos de los hospitales. Un grato recuerdo que hace más llevadero agotar esta etapa y emprender otra, la de la jubilación, la del júbilo, dicen. Por eso, llegada la hora, la única despedida posible es decirles a todos adiós. Adiós, compañeros. Y gracias por todo.