Cuánta tristeza, cuánto dolor se multiplica en mi alma al conocer la noticia de la partida física de la tan querida compañera de labores, la periodista, la directora de programas, la conocida por muchos como la Reina de las Crónicas, Clara Rodríguez Adrián. Hoy estoy lejos de la radio guaimareña y de la cuna de la Constitución, pero como le dije a su hija Tania, estoy cerca porque estoy en las redes, esta que acorta las distancias, a pesar de estar lejos, esta que entrelaza sentimientos y no deja pasar por alto ninguna fecha, las buenas y las malas.
Sabemos que cada uno de nosotros, no somos más que breves pasajeros en este mundo caprichoso, maravilloso y, a instantes, terriblemente cruel. Todo lo que dábamos por sentado puede caerse a bajo como un castillo de naipes de un día para otro. Sin más. A veces es un accidente, y en ocasiones, una enfermedad que nos obliga a ver cómo se apaga, día a día, el ser querido en una dura batalla.
Tener que dar un adiós a un amigo o a una amiga es algo para lo que nadie nos prepara. Es como perder la mitad de uno mismo y quedar huérfano, momento en el que avanzamos a tientas sabiendo que no van a haber más llamadas, más cenas, más cafés después del trabajo, libros que compartir, películas que comentar y problemas que desahogar entre risas y lágrimas.
La querida Clarita siempre estará en cada sonido radial porque su dulce voz se extrapola y emerge como un susurro en los oídos de sus oyentes, de su colectivo de Radio Guáimaro, de su pueblo.
Clari como cariñosamente la llamaba fue maestra de radialistas y mucho nos enseñó en la confección de la tripa del Noticiero RG que tanto amor le ponía en cada emisión, la lectura de sus comentarios y de sus crónicas que con tanta profesionalidad llevaba a su audiencia. Con sus anécdotas reíamos a carcajadas en el departamento Informativo cuando nos reuníamos todos Dilia, Niurka, Yanuaria, Mahee, el Walfra que ya no está físicamente, ella y yo. Cómo olvidar, la del Colibrí que llegó hasta una de sus manos e hizo despertar sus imaginaciones de escritora para hacer su bella crónica. Y qué decir de las historias con Domingo, su bello amor y de su orgullo inmenso de contar con sus hijas y nietos que le proporcionaban la mayor de las alegrías y paz interior.
Hoy y siempre la recordaremos alegre, con sus carcajadas que tanto contagiaban a todos los que la rodeaban.
Lejos de quedarnos quietos, paralizados por el impacto de esa herida, es imprescindible ser capaces de llorar, desahogar, recordar, volver a los lugares donde reímos y fuimos felices, reanudar hábitos e integrar todos esos buenos recuerdos mientras nos permitimos abrirnos de nuevo al mundo.
EPD Clarita, periodista, compañera, colega, amiga.