Acabo de enterarme, la primera noticia de la mañana: te has ido definitivamente, y aunque era un adiós esperado, no por ello menos doloroso. Hoy, el mundo de las letras mira a Macondo, a tu patria literaria,
Si tuviera que escoger a un escritor, no tendría dudas, tú serías el elegido. Contigo me emocioné, viví otras vidas, me sentí libre, enamorado, triste, explotado, feliz e indocumentado.
No por esperada, tu muerte me ha causado menos dolor, aunque siempre tendré tus obras para recordarte. Fuiste además de un gran escritor, un hombre vitalista y comprometido con la causa de los débiles, y nunca te gustó la pompa y el boato. Fuiste libre, Gabo, como pocos, porque siempre hiciste lo que te propusiste.
Hoy quiero recordarte con un post que escribí en otro blog, hace tiempo, y que repito aquí:
Nací en Macondo, allá donde la soledad dura cien años. Mi infancia fue difícil, de pequeño tuve que asistir a funerales, a los de mi madre, a los de Mamá Grande, a tres guerras civiles, a varias plagas, demasiado duro para un niño. Dicen que mi aspecto era cruel, que miraba con ojos de perro azul. Y todavía les extraña.
En mala hora cuando crecí, me aliste en el ejército. Llegué al grado de general, fue como vivir en un laberinto, cuarteles sin puertas, soldados sin armas, enemigos sin alma. Por aquel entonces me llegaron malas nuevas de mi amigo el coronel Buendía, la noticia de su secuestro, me la contó su hermana llorando: “Benigno no sabemos nada de él, hoy el coronel no tiene quien le escriba”.
Después llegó el amor. Y allí estaba Eréndira. Reconozco que fueron buenos tiempos, aunque por aquel entonces el amor vino acompañado de otros demonios. Y llegaron los tiempos del cólera. Murió mucha gente, yo pude salvarme, me curé allá, en La Hojarasca, la finca de Aureliano, mi primo, donde pasé gran parte de la convalecencia. Tumbado en una hamaca y bajo el olor de la guayaba.
Hoy que he llegado a eso que se puede llamar el otoño del patriarca, me pregunto qué es la vida. Hay que vivir para contarla. La mía pudo ser una crónica de una muerte anunciada. Siempre jugué a morir. Ahora, después de tanto tiempo, sólo me queda la memoria de mis putas tristes. Fueron mi gran consuelo.
¡Qué tiempos aquellos cuando era feliz e indocumentado!
Me llaman Gabo y todavía recuerdo aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer el hielo.
Un ejercicio literario que quiere ser un homenaje a un gran escritor, a un gran hombre, a un maestro que supo romper con los cánones clásicos para encontrar una forma mágica de contar. Querido amigo, gracias por todo lo que has escrito, gracias por tanto, y ahora, si me lo permites, me quedo releyendo: El coronel no tiene quien le escribe. ¡Adiós, Gabo, adiós!
Salud y República