Adiós, hermanos Castro; hola, Partido Comunista

Publicado el 02 marzo 2018 por Tomarlapalabra

Original: The New York Times

AMHERST, Massachusetts — Por primera vez en seis décadas, Cuba está alistándose para tener un dirigente que no sea un Castro. El 11 de marzo se celebrarán las elecciones en Cuba para la Asamblea Nacional del Poder Popular, la que a su vez elegirá al próximo presidente, el 19 de abril. El presidente Raúl Castro, hermano del fallecido Fidel Castro, no se postulará para la reelección. En 2011, introdujo límites para los periodos presidenciales y parece dispuesto a honrarlos. Se espera que la Asamblea Nacional escoja a un sucesor que no pertenezca a la familia Castro.

¿Qué debemos esperar de esta sucesión? Una lectura optimista es que podría constituir el primer paso hacia la democracia. Otra, más realista, es que Cuba se encamina a más de lo mismo: un gobierno no democrático de un solo partido.

Si el Partido Comunista de Cuba —el único con permiso de participar en las elecciones bajo el régimen de un solo partido— fuera astuto, trataría de salirse del juego mientras las ganancias aún son buenas. Si guiara una transición hacia la democracia bajo sus propios términos, el PCC podría cosechar beneficios.

Las leyes e instituciones de reciente configuración (por ejemplo, las leyes electorales) podrían estar hechas a la medida a su favor. El partido también podría aprovechar haberse liberado recientemente de los Castro para permitir nuevas libertades para los cubanos y crear de este modo una buena voluntad traducible en votos.

Después de todo, en muchas democracias, los partidos autoritarios que antes estaban en el poder (o los partidos formados por políticos que solían ser autoritarios) siguen siendo actores prominentes. En la mayoría de los casos, los “partidos de origen autoritario” regresan al poder elegidos de manera libre y limpia. De México a Mongolia, Polonia a Panamá, España a El Salvador y Taiwán a Túnez, los electores han llevado de regreso a “los malos” al poder a través de los votos.

Esto sucede porque a menudo, en el caótico entorno posterior a la transición, algunos votantes sienten nostalgia por el pasado autoritario. Además, algunos regímenes autoritarios pueden mostrar logros importantes. En el caso de Cuba, el partido puede señalar su récord en áreas de servicios públicos gratuitos como la atención médica o en materia de nacionalismo y seguridad interna.

Sin embargo, cuanto más esperen los comunistas, esta estrategia de salida se hará menos viable y más probable será que el partido sucumba en un colapso total del régimen.

Los regímenes autoritarios nacidos de revoluciones, como el de Cuba, a menudo sobreviven durante décadas, pero batallan una vez que la generación de revolucionarios desaparece, en especial si no pueden encontrar una fuente alternativa de legitimidad, como el extraordinario crecimiento económico de China de las últimas décadas. Por este motivo, esta opción de “paracaídas dorado” debería atraer a los gobernantes cubanos.

Después de la sucesión, el régimen en Cuba seguirá acorralado por la familia Castro, el Ejército y un sistema regulatorio diseñado para restringir el crecimiento de los negocios y las organizaciones políticas.

Desafortunadamente para el pueblo cubano, hay pocas señales de que se esté considerando esta posibilidad. Por el contrario, la mayoría de los signos apunta a una continuación del statu quo: la sucesión de alguien que no sea un Castro, sí, pero no una transición a un régimen más libre. El régimen cubano sigue estando relativamente protegido ante las presiones nacionales para hacerse más democrático, a pesar de que esto podría beneficiar los intereses del propio Partido Comunista de Cuba a largo plazo.

Lo que es muy obvio es que, a pesar de que Castro dejará el cargo de presidente, no se retirará del todo. Seguirá siendo el primer secretario del Partido Comunista y el jefe no oficial del ejército, las dos instituciones más importantes del país. Cuando los exgobernantes autoritarios mantienen el control de partes clave del Estado, eso les permite vetar cualquier posible apertura hacia la democracia.

El hijo y la hija de Castro también seguirán en cargos poderosos. El hijo, Alejandro, tiene influencia en el Ministerio del Interior, y la hija, Mariela, nominada a la Asamblea Nacional y directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). A Alejandro se le conoce por su amor por la eficiencia y a Mariela por su pasión hacia las causas LGBT. Pero ninguno es conocido por su amor a las políticas liberales. Los dos dedican gran parte de su tiempo a reprimir (en el caso de Alejandro) y denigrar (en el caso de Mariela) a los disidentes.

Más allá de la familia, está el hecho de que el legado normativo más importante de Raúl Castro —el control militar de la economía— es difícil de eliminar. El Ejército cubano, a través de su conglomerado Gaesa, es propietario de la gran mayoría de las empresas que operan en el sector comercial, desde hoteles y casas de divisas a puertos. Esto da al Ejército un amplio control de hasta el 60 por ciento del flujo de dinero hacia Cuba. Cualquier reformista económico sabe que romper un monopolio es difícil; aún más si el monopolio también tiene poder sobre las armas y el servicio de inteligencia. El Ejército cubano está comprometido no solo con el gobierno de un partido, sino también, al parecer, con una economía de una sola empresa.

Puesto que la economía de Cuba es tan cerrada, el sector privado es pequeño y débil. Sabemos que las transiciones a la democracia requieren de actores con dinero que les permitan cabildear en el Estado en pos de cambios, incluso financiar a la oposición. Con Fidel Castro, Cuba puso en vigor una de las prohibiciones a la propiedad privada más draconianas a nivel mundial, básicamente excluyendo la posibilidad de que esto ocurriera. Su hermano amplió la cantidad de actividades de autoempleo permitidas, pero solo las profesiones que requieren pocas habilidades se liberalizaron; aún están vigentes muchas restricciones para contratar y financiar y los impuestos son onerosos. El sector privado existe, pero está rigurosamente obstruido.

Por último, la triada de políticas que han mantenido al régimen a flote desde el fin de la Guerra Fría —la migración, la represión y las remesas— perduran. Desde hace tiempo la migración ha funcionado como una válvula de escape al llevar a los disidentes más resentidos fuera de la isla, algo que se ha vuelto más fácil ahora que el gobierno ya no requiere visas de salida. La represión sigue aplicándose a los disidentes con tanta fuerza como antes de que el expresidente de Estados Unidos Barack Obama restableciera las relaciones diplomáticas con Cuba.

Las remesas, que quizá promedian hasta tres mil millones de dólares anualmente, son un salvavidas crucial para la economía cubana. Uno pensaría que, al financiar a la sociedad civil, las remesas ayudan a la democracia en Cuba. Sin embargo, como la pobreza es rampante y el financiamiento escaso, la mayoría de las remesas se usan para consumo en los hogares o actividades de cuentapropistas, así que queda poco para el tipo de grupos cívicos indispensables en el surgimiento de una democracia.

Después de la sucesión, el régimen en Cuba seguirá acorralado por la familia Castro, el Ejército y un sistema regulatorio diseñado para restringir el crecimiento de los negocios y las organizaciones políticas, lo que minimizará la presión para la democratización.

Quizá la única presión posible para que haya más democracia tras la sucesión podría provenir de un conflicto entre el partido y el Ejército. Son entidades separadas, cada una con su propia cultura, recursos y base de apoyo. Es concebible que un futuro conflicto entre el partido y el Ejército pudiera producir un terremoto político, que en teoría generaría una transición política.

Castro entiende esto mejor que nadie en Cuba. Es por eso que puede decidir quedarse a cargo de ambos grupos. Mientras así sea, el potencial de una Cuba más libre seguirá siendo limitado.