El paisa Horacio Calle fue un riguroso estudioso de los huitotos, de los pocos colombianos que aprendió su lengua, pero fue conocido (y lo recuerdo así) desde su cátedra de Antropología cultural como el más disruptivo de los maestros. Los que asistíamos a sus clases íbamos a una auténtica lección de #storytelling para aprender conceptos de esa disciplina y del psicoanálisis por ser un freudiano confeso.
A muchos de los que nos dio clase nos abrió la cabeza como con un abrelatas, el de la anticultura, y por eso hoy nos duele la leyenda que murió anoche luego de medir pasos entre los pasillos de la Javeriana y su lotecito en Guasca. Se nos fue el gigante de zancada larga y prudencia corta.
Al enterarnos de su muerte, muchos de sus pupilos lo hemos evocado y unos lo hemos extrañado, llorado. Eso es lo que causa un Maestro al saberlo imposible para los próximos años. Este buen texto de Luisa Natacha Corrales lo recuerda en muchas de sus expresiones, en su legado. La noticia de su muerte nos la transmitió otro gran maestro, amigo personal de Horacio: Gabriel Pabón Villamizar. Ambos fueron profesores que se atrevieron a ser maestros.
Hoy lo despiden en la iglesia de Guasca (Cundinamarca) y me da mucho guayabo no poder estar allá para decirle de cerquita: «Gracias Maestro, usted fue uno de los que me inspiró para formar personas en lugar de darles clases». No sé si lo he logrado, pero al menos ha sido mi propósito.