Adiós Paul Naschy, adiós...

Publicado el 01 diciembre 2009 por Burgomaestre
Ignorantes como somos de tantísimas cosas, los burgomaestres desconocíamos el pasado 6 de septiembre que Jacinto Molina estaba cumpliendo su último aniversario a causa de que un cáncer de páncreas, más mortífero que las innumerables balas de plata o dagas rituales que le habían atravesado el corazón, lo estaba matando. Quisimos entonces (repasando someramente su trayectoria) felicitarle por sus muchos e indiscutibles logros y porque, a pesar de los pesares, más allá de análisis críticos de carácter técnico o artístico que limitaran el valor intrínseco de su cuantiosa obra, Paul Naschy fue, y será ya para siempre, una referencia, una celebridad mundial de reconocida relevancia. Hasta en el modestísimo confín de este weblog (o lo que sea), la polémica acompañó a aquella mención a la figura del licántropo español, al alter ego madrileño de Waldemar Daninsky, y, en pocos días, un buen número de detractores y defensores de su ejecutoria expresaron sus encontradas opiniones. Hoy, todos, conscientes de que la suya será una ausencia muy notable, de las más notables que el (paupérrimo en estrellas) cine español puede sentir, deberemos, desde el respeto, aullar un solitario adiós, a esta luna llena que nos contempla con su cara fría, redonda y asombrada.
Jacinto Molina amaba al cine casi tanto como a sí mismo. Tenía la poderosa convicción motora (que los demás perdemos con la infancia) de ser un genio y vivió de acuerdo con esa convicción. Muchos le dieron la razón mientras que otros tantos se escandalizaron ante tal atrevimiento. Este burgo, poco dado, por lo demás, a las confidencias personales, quiere esta noche fría de diciembre recordar otra noche, aquella de verano, de su ya muy distante niñez, cuando tras ver “La rebelión de las muertas”, una de las películas que, dirigida por el argentino León Klimovsky, Jacinto Molina ideó y en la cual encarnó a tres personajes distintos (siendo uno de ellos el propio Satanás), pasó una noche en vela, aterrado, sumido en la impenetrable oscuridad de una habitación extraña, justo al lado de un cementerio. Con toda su torpeza narrativa, con todo su grueso trazo, con su gratuito derroche de sangre y con sus trucos baratos, aquella simple película chillona de encendidas aristas y diálogos pueriles consiguió su objetivo, produjo un efecto en mí. Y no la olvido. Y tampoco olvidaré a Paul Naschy... Que descanse en paz, hasta la próxima resurrección.