Los últimos días de septiembre se escurren entre las páginas del calendario. Se despiden este fin de semana bajo un manto gris que adelanta las primeras lluvias del otoño. Ya las noches comienzan a exhalar el hálito frío de las madrugadas y un relente tímido tapiza con fina humedad los amaneceres a la intemperie. Sobre los tejados, estelas de humo subrayan el eco de conversaciones nacidas al abrigo de chimeneas y el calor de una compañía atenta. El fruto de los naranjos aguarda envuelto en una paciencia verde el tiempo maduro que lo convierte en jugoso manjar amarillento. Los pálidos rayos del sol reverberan entre las ramas y burlan con sus reflejos las tímidas aguas de arroyos y estanques. El velo otoñal de estos días encandila los sentidos con sus horas breves e intensas y nos disponen a los arrumacos del amor. Una piel erizada de sensibilidad hace que despidamos septiembre con el estremecimiento de un alumbramiento y la esperanza de un nuevo renacer. ¡Adiós, septiembre, adiós!