No hay demasiada gente, de esa buena que suele habitar por estos lares y por los de más al sur. No hay demasiada gente en la plaza “de cuyo nombre no quiero acordarme”, y me permitiréis que no intente semejante esfuerzo porque me gustaría mantener un poco de misterio, por ahora, en torno al lugar en el que estoy sentado, con mi té, como siempre mi té, pensando en vosotros, en escribiros algo distinto y esta vez sí, algo completo, algo sin la corrección metódica y exigente de mis pensamientos transportados a palabras; algo que como sale lo desparramo en la siempre amenazante página en blanco; algo del instante y de la frescura del momento que estoy viviendo.El vaso es grande y lleno de agua coloreada por el té negro, el que me apetece hoy, y quizás el único tipo que tengan en este bar: uno de los de la coqueta plaza de la que os voy a hablar. Sólo una bolsita para tanta agua: así es como me gusta el té.No hay demasiada gente pues como digo es la hora del té, no del inglés porque para ése aún faltan dos horas.
No hay demasiada gente, de esa buena que suele habitar por estos lares y por los de más al sur. No hay demasiada gente en la plaza “de cuyo nombre no quiero acordarme”, y me permitiréis que no intente semejante esfuerzo porque me gustaría mantener un poco de misterio, por ahora, en torno al lugar en el que estoy sentado, con mi té, como siempre mi té, pensando en vosotros, en escribiros algo distinto y esta vez sí, algo completo, algo sin la corrección metódica y exigente de mis pensamientos transportados a palabras; algo que como sale lo desparramo en la siempre amenazante página en blanco; algo del instante y de la frescura del momento que estoy viviendo.El vaso es grande y lleno de agua coloreada por el té negro, el que me apetece hoy, y quizás el único tipo que tengan en este bar: uno de los de la coqueta plaza de la que os voy a hablar. Sólo una bolsita para tanta agua: así es como me gusta el té.No hay demasiada gente pues como digo es la hora del té, no del inglés porque para ése aún faltan dos horas.