Adolescencia: Las “bullas”

Por Cartas A 1985 @AntonCruces

En los noventa había varios ritos que indicaban que un niño estaba a tan solo un paso de convertirse en un hombre, lo que los mayores llamaban un adulto. Que a uno le empiecen a interesar las chicas es solo una síntoma de que las hormonas están “Living la vida loca”en nuestro interior. En apenas unos años pasamos de los tebeos a las revistas culturales (Playboy, Interviú) que tan bien ilustraban la realidad social, económica y empresarial de nuestro país. Queríamos ser más cultos y esas revistas nos ayudaban a conseguirlo. Otro síntoma era ver los sábados por la mañana “Sensación de vivir” que reflejaban fielmente ese estado atormentado de los adolescentes españoles.

—¿Sabías que Donna se ha liado con David?

—¡Anda ya! ¡No me digas! ¡Qué fuerte tía!

Yo, al acabar cada capítulo, me miraba en el espejo para decidir si me parecía más a Brandon o a Dylan. Hasta muchos años después no descubrí que era una mezcla perfecta de los dos.

Pero sin duda el momento decisivo, el bautismo de fuego, la alternativa como diría un torero se producía el día que te comías una buena hostia en una pelea callejera.

Viajemos al pasado.

21 de febrero de 1991

Llego a casa dolorido. Hoy he tenido mi primera pelea de adolescente. Vamos, que ya soy un hombre. Entro en casa, subo rápido las escaleras y saludo como de refilón. No quiero que mi madre note el ojo morado, chivato traicionero de mi gesta en la calle.

Ella se da cuenta y se lleva la mano a la boca para reprimir un grito de horror.

—¿Qúe te ha pasado?— pregunta alterada.

—Nada mami, me caí contra un puño.

—No me digas más. Te has peleado. No me digas Antonciño que te has peleado.

—Es que mami empezaron “ellos”…

La primera bofetada me pilla de sorpresa y me alcanza de lleno. Está muy disgustada se le nota en la pegada. Ríete tú de Mayweather. Por la derecha, por la izquierda. No hay manera de cubrirse. Pero lo que más dolía no eran las perfectas bofetadas sincronizadas de mi querida madre, no. Lo que dolía era aquella pregunta que soltaba entre finta y finta materna.

—¿¿¿¡¡¡Pero a ti como se te ocurre!!!???

Es entonces, en ese instante, cuando todo se congela, ya sabéis, como en una película de Matrix. Mi madre me agarra del pelo con una mano mientras la palma de la otra está apenas a tres centímetros de mi perfecta mejilla adolescente de Dylan McKay. Los dos estamos desencajados.

Como que ¿Cómo se me ocurre? No entiendo la pregunta. Eses cosas no se le ocurren a nadie simplemente ocurren, sin más.

Se reanuda la acción y recibo la hostia.

—¡No ves que los problemas no se resuelven con violencia!—me dice ella con la templanza de un cura en un prostíbulo.

Buena observación mamá. Puede que te nominen al premio Nobel de la Paz por la leche que me acaba de caer. Es lo que en los ochenta y los noventa se denominaba una hostia formativa. Son para aprender. Otra corriente educacional las llamaba hostias benéficas, ya que siempre, siempre, siempre eran por el bien del receptor.

—De verdad hijo—prosigue—la violencia y las amenazas no llevan a ningún sitio.

Para añadir a continuación:

—Verás cuando se lo diga a tu padre.

Pues vale.

—¡Hijo qué disgustos me das!

—Pero, mamá…

—Ni pero, ni pera, pasa a tu cuarto.

Cuidado al llegar a este punto. “Ni pero, ni pera”. Ojito.

“Ni pero, ni pera” es una frase muy de madre. Quizás a un lector avezado le pueda parecer que no tiene sentido de lo que se puede deducir que ese lector no tiene madre, porque sí que tiene sentido…vaya si lo tiene. “Ni pero, ni pera” encierra mucha magia, sabiduría y tradición en su interior.

“Ni pero, ni pera” es una expresión que delimita como ninguna los roles de padres e hijos que viven bajo el mismo sitio. Habla de respeto, de paciencia ( o la falta de ella) y explica como ninguna otra la capacidad del ser humano para argumentar y llegar a buen puerto en cualquier intercambio dialéctico.

“Ni pero, ni pera” es como cuando Harry el Sucio decía aquello de “Adelante. Alégrame el día”, pero en versión materna.

No hay nada que hacer ante el “Ni pero, ni pera”. Solo apretar los dientes y llorar como adolescente despechado por la injusticia a la que estamos siendo sometidos.

Febrero de 2016

Ese día aprendí dos cosas. Una que la violencia genera violencia que a su vez genera violencia que a su vez vuelva a generarla y así hasta que la violencia se cansa de tanto “generar” o hasta que alguien muere y dos, que las calles de Pontevedra son un galimatías. Y me explico.

Habíamos quedado unos contra otros para partirnos la cara porque éramos así de chulito todos.

“A las 20: 00 en punto en Las Palmeras, no faltéis”.

Solo les faltó añadir: “Solo puede quedar uno”.

Y allí que salimos toda nuestra pandilla, un grupo de, por lo menos, 25 chavales decididos a que nadie pusiese en duda nuestro honor y valentía. Esos tíos iban a tener que comer con cucharilla el resto de su vida. Mira que llamarle lo que le llamaron a “La Tacones”, la novia de un colega. ¿De qué van esos tíos? “La Tacones” y mi amigo estaban enamorados de verdad. Esos tíos no respetaban nada.  Se iban a enterar. Giramos la esquina. No hablamos entre nosotros. Tenemos la mirada clavada en un punto fijo del horizonte. Como cuando vas al proctólogo.  Yo, en realidad, estoy seriamente acojonado, así que me pongo detrás de Nacho que mide más de 1,90 y así no se me ve mucho. Miro hacia atrás y me da la sensación de que somos menos. Al menos esa es mi impresión. Recuerdo que alguien dijo que aquellos malotes sin corazón iban a traer cadenas y no sé quién dijo algo de una navaja. Empecé a caminar más lento para no ir delante de todo. En febrero me resfrío enseguida. Juraría que ahora apenas somos diez.

La cosa acabó como acabó. Ni nosotros éramos tan valientes ni ellos tan malotes. Hicimos todos el baile del gallito un rato, forcejeamos y solo hubo una hostia. La que recibí yo que además me la dio mi amigo Nacho sin querer.

Lo pasamos muy bien y al final tan amigos. Hasta se nos unió “La Tacones” que esa misma noche se lío con el jefe del bando contrario.A esa edad el amor no es para siempre. En fin cosas de adolescencia.

Recordad amigos: la violencia no conduce a ningún sitio. Haced el amor y no la guerra.

¡Saludos hermanos!