El amor, como todas las pulsiones vigorosas y trascendentes de la vida, provoca en los seres humanos reacciones muy peculiares. En ocasiones, nos galvaniza y nos llena de luz, extrayendo lo mejor de nosotros mismos en forma de entrega, generosidad o sacrificio; en otras, nos convierte en severos dictadores o en neuróticos vigilantes. En suma, unas veces hace de nosotros unos dulcísimos ángeles y otras nos convierte en retorcidos demonios.Adolfo es un joven de buena familia, con un espléndido futuro y todas las condiciones necesarias para triunfar en el campo que elija (política, sociedad, arte). Pero el amor —o la obsesión— llegará a su vida en forma de mujer: la bella cortesana polaca Ellénore, que es amante de otro hombre. Al principio, ella se muestra renuente ante su cortejo amoroso, pero Adolfo incurre en estrategias tan poco caballerosas como la insistencia diaria o la amenaza de suicidio y la mujer termina por concederle, al menos, la cercanía de su amistad. De ahí al amor, un paso, que ambos transitan con rapidez, pese a que los amigos y el propio padre del protagonista tratan de disuadirle acerca de la conveniencia de esa acción. Adolfo, heroicamente empecinado, se obstinará en permanecer junto a Ellénore hasta el final de sus días (“¡Desgraciado del hombre que al iniciar una relación amorosa no cree que será eterna!”, p.45), pero pronto empieza a flaquear cuando ella se vuelva posesiva, neurótica, controladora. ¿Acaso se ha precipitado en su decisión? ¿Acaso debería terminar con ella y volver a su vida anterior, mucho más juiciosa y prometedora desde el punto de vista social? Adolfo siente que lo asaltan sudores fríos (“Hay cosas que tardamos mucho en decirnos, pero, una vez dichas, no cesamos ya nunca de repetirlas”, p.54), mas cuando se presenta la oportunidad de poner fin a su relación él mismo da marcha atrás y renueve ante Ellénore sus votos de fidelidad y entrega. Tiene bastante claro que “ya no estaba enamorado” (p.93), pero algo en su corazón se rebela contra la idea de abandonarla.
Benjamin Constant nos propone, en esta novela que traduce Gabriel Oliver para el sello Planeta, una reflexión muy interesante sobre el espíritu humano y sobre los meandros misteriosos de nuestro espíritu, que a veces ni siquiera nosotros mismos somos capaces de entender.