Adoro la fama, de Sofía Coppola

Publicado el 28 octubre 2013 por María Bertoni

Aunque indiferente a los últimos chiches de los efectos visuales (no estamos hablando de James Cameron, Ridley Scott o Christopher Nolan), Sofía Coppola consigue que Adoro la fama concrete el sueño de un cine capaz de desbordar la pantalla y el aquí-y-ahora de cada función. A no confundir con la magia que Woody Allen homenajeó décadas atrás en La rosa púrpura de El Cairo ni con la novedosísima ocurrencia de producir películas “interactivas”: aquí se trata de un fenómeno mucho más amplio que se revela antes, después y en paralelo a la instancia de proyección en una sala.

El ‘antes’ está dado no sólo por el hecho real que inspiró la realización de este largometraje, sino por una experiencia mediática previa al rodaje e incluso a parte del episodio recreado. En otras palabras, la crónica cinematográfica del raid delictivo de los Bling Ring (grupo de niños bien californianos que pasaron meses escabulléndose en las casas de sus ídolos Paris Hilton, Lindsay Lohan, Orlando Bloom, Megan Fox entre otros para robarles al menudeo) tiene un antecedente televisivo: Pretty wild, reality show que el cholulísimo canal E! concibió para mostrar la rutina cotidiana de tres jóvenes hermanas empecinadas en conquistar los estudios de Hollywood pero que terminó siguiendo las desventuras de una de ellas (Alexis Neiers) cuando la justicia y el periodismo norteamericanos la acusaron de integrar la banda de mecheros top.

En Adoro la fama Neiers se llama Nicki y es interpretada por la harrypottereana Emma Watson. Quizás en honor a esa breve experiencia catódica, Coppola decidió que la más conocida de los jóvenes actores convocados para conformar a los Bling Ring se encargara de este personaje en principio secundario y no de la líder de la banda -Rachel en la vida real; Rebecca en la ficción- a cargo de la ignota Katie Chang.

Neiers también irrumpe en el ‘después’ derivado de la naturaleza desbordante del largometraje, más precisamente en la suerte de extensión online que representa su blog personal. El post que publicó tras enterarse del proyecto de Coppola parece una pieza promocional con moraleja incluída. Entre otras apreciaciones, la chica escribió:

Esta obsesión con las celebridades —que muchos de nosotros padecemos— es lo que hace que Bling Ring sea relevante casi cinco años después del primer robo. Me parece que una amplia mayoría de nuestra sociedad está tan enferma como nosotros en nuestra adolescencia. Estamos todos obsesionados, creo, porque queremos conocer los entretelones de la vida real de estos famosos y disfrutamos públicamente escudriñándolos porque ‘pecan’ distinto que nosotros. Esta obsesión es una manera de desentendernos de nuestras acciones y de los patrones de nuestra conducta enferma”.

La extensión ‘en paralelo’ de Adoro la fama afecta la instancia de proyección. La apreciamos quienes tuvimos la suerte de compartir la sala (de algún shopping por ejemplo) con espectadores de la edad de los protagonistas, y constatamos el fenómeno de empatía que atraviesa la pantalla. De hecho, estos adolescentes porteños parecen compartir con sus congéneres estadounidenses una misma excitación ante la sola mención de Paris, Lindsay, Orlando, Megan (también el cameo de Kirsten Dunst) y ante la posibilidad de robarles algo en tanto trofeo y/o fuente de fama y dinero.

Da la sensación de que esta porción de público también entiende la apropiación de pertenencias como estrategia de familiaridad (o familiarización) con las estrellas admiradas, por momentos codiciadas. El registro de esta relación patológica evoca el recuerdo del documental Teenage paparazzo de Adrian Grenier y la ficción italiana Reality de Matteo Garrone: aunque distintas en más de un sentido, las tres películas coinciden en retratar la continuidad entre la apropiación fragmentada de y la ilusión de vinculación con el denominado “mundo de los famosos”.

Como estos colegas, Coppola invita a reflexionar sobre el daño ¿irreparable? que los medios y su redituable star system provocan en nuestra sociedad contemporánea. De esta manera, Adoro la fama acaba convirtiendo en pesadilla el sueño de un cine capaz de desbordar la pantalla y el aquí-y-ahora de cada función en una sala.