El sábado me paseaba por una librería con el listado de textos escolares para mi hija, esperando mi turno en un mundo de padres ansiosos con listas tan eternas como la mía.
En un momento sentí que me observaban, me di vuelta, pero no lograba encontrar unos ojos que se dirigieran a mí. La sensación se mantenía, y sacando a flote mi sexto sentido comencé a buscar algo que no fuera una mirada. Y de golpe lo encontré. Desde una de las baldas, bastante solo para ser sinceros, me miraba un ejemplar de La novela luminosa, de Mario Levrero.
Al ver su editorial (Mondadori), me sentí bastante frustrada ya que por estos lados los ejemplares de esta casa son casi inaccesibles. Cuando me tocó el turno, pregunté tímidamente por su costo. La vendedora me explicó que era un libro usado, como pidiéndome disculpas.
Agradecí que lo fuera ya que esa circunstancia lo volvió accesible a mi presupuesto. Para ser sincera, no le veo el uso, ni siquiera se le nota que alguien haya pasado alguna vez sus páginas.
Como si mis estanterias no tuvieran ya demasiados libros que aún no leí, sumé uno más.