No podemos utilizar la Biblia para defender nuestra fe y ayudar a otros, a menos que la estudiemos. Y conocer sus verdades no es suficiente; para que ellas sean efectivas, tenemos que aplicarlas.
Los cristianos saben que la Palabra tiene poder para animar, consolar y sanar, pero con frecuencia nos guardamos este conocimiento para nosotros mismos. Podemos dudar en compartirla, pero Dios nos da valor y trae a nuestra mente versículos cuando estamos dispuestos a hablar.
Si hacemos lo que Él dice, nuestro entendimiento aumentará. Empezaremos a identificar a personas que sufren, y aprenderemos a exhortarlas con la sana doctrina.
El apóstol también pide a los creyentes que confronten a quienes contradicen la fe verdadera, y esto requiere valentía y discernimiento.
Si estudiamos y vivimos de verdad los preceptos bíblicos, reconoceremos rápidamente la falsa doctrina. Y cuando más conozcamos la Palabra de Dios, más fácilmente podremos encontrar los pasajes que desafían a las enseñanzas falsas y apoyan nuestras convicciones.
No todos podemos ser líderes en nuestra iglesia local, pero todo cristiano es miembro de la iglesia de Dios, y responsable de adquirir conocimiento bíblico.
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