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Y ambos han conocido, y reconocido, las dos caras de África, en convivencia dolorosamente real. Así, en El mal de África (MR Ediciones), Eduardo Garrigues le descubre al lector la sensualidad del continente negro, su fuerza y su vitalidad.
Algunas de las mismas características que supo ver Mikel Ardanaz cuando rodaba Flores silvestres, presentada recientemente en la Muestra de Cine Navarro y que llegará a las salas comerciales en el mes de septiembre. En el largo, las mujeres simbolizan la fuerza del continente, siendo como son la parte de la población peor tratada. Está ambientada en Mozambique, aunque más de otro país de la vecina África podría haber dado el mismo juego para ese escenario (Audio).
Ambos autores retratan un continente duro y frágil a la vez. Ardanaz pinta el paisaje de la corrupción a través del tráfico de medicamentos centrando su película en Okellele, hija de una enferma de SIDA, que ve como su madre se muere mientras ella intenta buscar dinero como puede para comprar sus medicinas al propio hospital, aunque el director, que viene del documental denuncia, asegura que es peor rodar sabiendo que es realidad (Audio: el documental es peor)
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Por su parte, Garrig
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Pero ambos, sin ser condescendientes ofrecen una visión real, plagada de claroscuros, en la que conviven las prácticas violentas de una policía corrupta con las ganas de vivir de una población que no cuenta en su vocabulario con la palabra resignación.
Otros relatos
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Se acaba de presentar un curioso libro de un personaje igualmente curioso. Lo es el libro porque no son una memorias al uso, no se concibieron para un lector del siglo XXI y sí para el del XIX, y lo es el personaje porque por su propio aspecto habría sido firme candidato a convertirse en atracción de circo más que en un ciudadano ilustrado, que se codeó con reyes. Es el libro Memorias del célebre enano Joseph Boruwlaski, gentilhombre polaco (Editorial Lengua de Trapo).
A los nueve años, y después de la muerte de su padre, su madre no puede ocuparse de la familia al completo y lo entrega a la aristocracia abriéndole, sin saberlo, las puertas de la cultura. Fue por eso, que cuando falleció, a la edad de 90 años en 1837, este hombre bajo, de 99 centímetros de estatura, pudo decir que había sido feliz. Viajó, los monarcas de media Europa le recibieron en numerosas ocasiones, llegó a ser un músico reconocido, se casó y tuvo hijas. El libro, así y según indica el director editorial de Lengua de Trapo, Fernando Varela, se convierte en las vivencias de un triunfador. (Audio">audio)
Cambio que no cambia nada, pero transforma
No es habitual que dos grandes fundaciones se fusionen. Pero esa rareza no ha impedido que la José Ortega y Gasset y la Gregorio Marañón haya unido fuerzas y se constituyan ahora en una que ha pasado a llamarse Fundación Ortega-Marañón. Si ya en vida, ambos fueron amigos y se tuvieron admiración mutua, ahora las fundaciones que llevan sus nombres se han fundido para convertirse en un referente internacional, con presencia en Europa y América Latina, con más de 15 sedes, 150 investigadores, 850 profesores y más de 2500 alumnos.