África, cerca

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Toda la semana no había dejado de llegar polvo desde África. Desde niño le había atormentado esa situación desconocida que sucedía los inviernos y que mezclaba frío y calor, el aire impregnado de una especie de pátina amarilla que le hacía lloriquear y le flaqueaba el tono de voz. Muchas veces pensó por qué no le habían hablado más de África en el colegio, por qué éramos tan desconocidos. Hasta se imaginó a dos vecinos que nunca se hubieran visto las caras, ni cruzado un saludo, pero que estaban condenados a compartir el olor de sus cocinas, o el humo de las mismas cuando se quemaba algo en la sartén.

África está ahí, muy cerca, tanto que una ligera brisa revoluciona todo, y sin embargo seguimos mirando hacia otros paisajes. ¿Por qué renegamos tanto de nuestro origen africano?

Quizás si tuviéramos, o si nos hubieran enseñado, que no somos ajenos al continente vecino, que en parte nuestro mar es mar africano, no nos sería tan complicado entender la calima, su efecto sobre las cosechas y sobre nuestra propia personalidad.

Pero eso no se da, se obvia, se olvida, como tantas otras cosas, y entonces algo que debería ser natural en nuestro entendimiento es una cosa extraordinaria, que nos molesta y hacia la que mostramos rotundo rechazo. Y suplicamos al alisio, con esas petulancias de mirar siempre al norte, y casi nunca hacia los otros tres puntos cardinales.