Vuelve la cordura con Salif Keita, la voz dorada del continente negro. Los senegaleses se toman un helado en los Italianos, las coristas de Keita abren fuego y él, con guayabera tropical y carita de domingo dirige la función de color blanco y naranja, el guitarrista solista, extraordinario, va de blanco islámico, y los erasmus, de violeta tirando a dar. Elegante y distinguido, Salif ofrece un concierto imponente, brillante y rompedor, pleno de ritmos globales, mestizaje espectacular de estilos y hechuras musicales. Los negros del público demuestran su destreza, qué arte más grande. Un morenito con pantalones verdes luce precisamente una camiseta en honor del rey, Bob Marley, otra vez Bob Marley, y Salif Keita, en ocasiones, suena a Carlos Santana o a un Eric Clapton inspirado tomándose un daiquiri en el bulevar del oceáno. Otro negro en camiseta, Ruta 66, se acerca a un compi desconcertado, que le cuenta cómo acaba de ser cacheado de aquella manera a manos de la Policía blanca de Cádiz. En fin. Bullazo del quince en la torre de Babel. Huele a tabaco de pipa. Mil maneras de bailar en torno a Salif Keita, cada loco con su tema y una música sensacional, tan rica en matices como cercana en ritmos, un surtido de categoría.
Una pareja de descalzo baila un tango, la chica de junto se transforma en niñata del exorcista, luego aparece un gachó recién salido del último capítulo de Lost Serrano, Rafa Marín dixit, y Salif Keita tiene pellizco cuando sube la voz, ahora temblorosa, ahora rotunda, y ejerce de maestro de ceremonias del baile definitivo de la liberación, suave y significativo. Lástima que los del tenderete pidan veinte euros por un disco del Keita, se conoce que el tío viene de Europa, aquí ya no las gastamos de ese modo, eso era antes. Hoy, cervecitas a un euro y vámonos que nos vamos.
Fin de fiesta más propio de un afterhours salvaje y surreal. El dance trance del Congo, Konono pa rematar la faena. Un grupo de punk electrónico, o algo así, que hace una hartá de ruido con artilugios raros confeccionados con imanes a resultas del desguace de coches, una cosa industrial que espanta a unos y cautiva a otros y que a la postre deriva en monotemático chunda chunda atroz que recorre las calles de medio Cádiz por mor del ponientazo, nada que ver con el entrañable Levante africano.
Mayo 10, Cádiz, Diario de Cádiz