Llevo algún tiempo reflexionando sobre la tremenda irrupción de instintos violentos y destructivos que tienden a emerger en los procesos de separación matrimonial o de pareja. De esa hostilidad, ese odio, y esos deseos de destruir, de hundir materialmente o aniquilar a la persona que, durante una buena temporada, a veces incluso décadas, se convirtió en un/a compañero/a de ese viaje que es la Vida. Tan es así, que los medios de comunicación no hacen sino bombardear continuamente con ese que se ha convertido en uno de los males de nuestra época: La mal llamada violencia de género, y que yo prefiero denominar violencia en la pareja.
Durante mis meditaciones, y reflexiones internas, me venían a la mente las imágenes con las que los alquimistas representaban una de las operaciones de transformación del plomo en oro: Calcinatio o calcinación. Esta operación está simbolizada por el Lobo, un animal que se relaciona con el dios Marte, y por el León. Especialmente significativo, en este contexto, es el símbolo del lobo quemándose en un fuego abrasador. El lobo representa la voracidad del niño, que está perpetuamente hambriento y deseoso de los favores de la Madre. Así, el individuo adulto ha de enfrentarse a ese lobo, lo ha de quemar en ese fuego abrasador, es decir, ha de restringir esas pasiones por medio de un acto de voluntad consciente. Se trata pues de revivir la frustración que debió de sentir cuando la madre no respondía a sus llamadas, pero esta vez de un modo consciente. Esta operación no representa una represión, ni una condena por los pecados del individuo. Nada de eso. Muy al contrario, se trata de experimentar una frustración del deseo, mediante un sacrificio voluntario del objeto/os deseado/os. Entrar en el fuego del infierno para quemar en él la escoria que uno/a lleva consigo, conteniendo la frustración y la cólera sin culpar al otro (la/el madre/padre, la/el esposa/o, la pareja, etc…), ni autoinculparse, permite que comience a transformarse algo en el interior del individuo. Lo que está aconteciendo es el nacimiento de la verdadera individualidad, simbolizada por el Rey.
Así, la experiencia más típica de una calcinatio la encontramos en la frustración del objeto de deseo amoroso. Ahí entra en juego la pasión amorosa. La ruptura de una relación de muchos años o que ha activado una ardiente pasión amoroso-sexual se suele correlacionar con esta operación. Lo que experimenta el individuo en ese período de frustración y de muerte puede ser de lo más horroroso. Experiencias que activan estratos de lo inconsciente colectivo de los que el individuo nada sospechaba y, por supuesto, de los que él se creía completamente ajeno. Algunos de los sentimientos y pensamientos que emergen en esos períodos de quemazón son: destructividad de proporciones cósmicas, cólera intensa, violencia desmesurada, deseos de herir, inmolar o destruir a una persona (la/el esposa/o, en un divorcio, la pareja en una ruptura, etc.), obsesión devoradora, apasionada y ambivalente (deseos de amarla y, al mismo tiempo, de destruirla) por el poder que parece ejercer sobre el individuo, avidez insaciable por la otra persona, que nos empuja a amarla y a odiarla a la par, etc. Todos estos sentimientos irrumpen en la consciencia de un modo tan devastador que uno/a siente como si lo/a estuvieran violando. Pero si se contienen convenientemente, se sienten en lo más hondo y se los manifiesta a través de una expresión creativa, cosa que no sucede sin un largo período de introversión, en el cual se comienza a mirar hacia dentro y hacia abajo, o sea, a profundizar en uno mismo, las pasiones enceguecidas y los deseos inextinguibles acaban trocándose en un potencial creativo que puede expresarse en el transcurso del proceso de individuación.
Dice a este respecto el analista jungiano Horacio E. Grimaldi, en su artículo titulado Algunas aportaciones de la psicología compleja de C. G. Jung al problema del desarrollo evolutivo en el ser humano, lo siguiente:
"En los textos alquímicos, también se asocia la calcinación con el purgatorio, porque es un proceso de purificación que al quemar los pecados, los disipa. El fuego no sólo quema y frustra, sino que también purifica e ilumina. Estos son objetivos de la calcinación, tanto como lo es la pureza emanada de una absoluta sinceridad con uno mismo. Y lo que queda es indestructible, porque uno no puede dejarse corromper ni sorprender a traición por el autoengaño.
Estas difíciles experiencias ponen a las personas en el camino de la evolución interior.
Una de las formas de resistirse a este proceso es a través de echar culpas al otro, a circunstancias exteriores o a uno mismo o evitarlo como lo hacen las personas demasiado razonables, que creen que han entendido por completo por qué las cosas fueron mal, y por qué era necesario separarse. Los dos siguen siendo amigos y todo se hace de una manera muy civilizada, sin reconocer los sentimientos que serían normales en esta situación, que después de todo es una especie de muerte que exige su dolor y su duelo. Así es como las personas se ven envueltas en una depresión de la cual no pueden salir ni atisbar la causa. No pueden alcanzar a elaborar que, verdaderamente, la separación, no es un hecho racional sino afectivo.
Esta negación de lo sucedido, de la furia del lobo que al ser encerrado sufre y se retuerce en el primer momento de la calcinación de la pasión frustrada, evita que se inicie un proceso de evolución necesario para culminar en la obra de la individualidad auténtica.
Entendiendo los procesos de las crisis, desde la perspectiva junguiana, teleológica y prospectiva, la Alquimia aplicada al Amor y la relación de pareja, y en especial este paso, la Calcinación constituye un concepto interesante para tener en cuenta a la hora de elaborar una separación amorosa. "
Así, para un afrontamiento creativo de una ruptura o separación de pareja, los involucrados han de experimentar el dolor y la frustración que supone la pérdida de su objeto amoroso, el otro, y la necesidad de elaborar esos sentimientos de un modo creativo. Este proceso conlleva un período de duelo, donde las lágrimas y el dolor deben ser la expresión de esa muerte que se está produciendo (tanto fuera, la ruptura y separación, cuanto dentro), en aras del nacimiento de algo nuevo.