Todo el esfuerzo por vivir unos segundos más casi me impedía oír los sollozos, las palabras de despedidas de los que me rodeaban, promesas, disculpas y dolorosa pesadumbre. Ni tan siquiera podía articular palabra para pedir que me repitieran algo o para preguntar quién me hablaba. ¡Qué rabia! al final esperamos demasiado tiempo para despedirnos de un muerto, como si negando lo evidente consiguiéramos evitarlo.
Pero todos acabamos igual, la duda con la que me iba era si todos nos vamos con esos dolores brutales o sólo me lo habían reservado a mi por ser parte de algún macabro experimento fruto de la mente de un dios sádico y malvado. O quizás no sea tan malo, sólo alguien caprichoso que usa el dolor para que en el último aliento podamos agradecerle que el dolor ha cesado.