Nada de todo eso se puede hacer con agua con gas. Nada. ¿Por qué? Porque el agua con gas es medicina.
¿Quién bebe agua con gas? Y ¿por qué la bebe? La mejor y más adicta bebedora de agua con gas que conozco es mi ex suegra, una señora maravillosa a la que cuando propones cualquier plan su respuesta es siempre: «si hay vino blanco y cerveza fría, me apunto». Tiene casi ochenta años y jamás bebe agua, como mucho cuando se siente «pesada», bebe agua con gas. ¿Por qué? Ella misma lo dice «porque no es agua»
El agua con gas es un invento del demonio creado por alguien que se creyó Dios, que quiso mejorar la perfección, cuadrar el círculo, volar a tocar el Sol pero que no quiso ser gaseosa porque le pareció vulgar. Lo alucinante es que encontró nicho de mercado y se vende. Aún hay más, conozco gente que sabe distinguir una de otra y que encuentra maravillosa un agua con gas francesa, exquisita una alemana y «francamente asquerosa» una de marca italiana. El agua con gas es una creída pero la gente que la bebe, o por lo menos la que yo conozco, es gente bastante divertida. Se saben raros, peculiares, absurdos y no lo ocultan. Parecen señoras inglesas con casas llenas de barbies con la cara de Lady Di: «ya sé que esto es una estupidez pero me encanta». Los del agua con gas son así, excéntricos divertidos con una adicción muy tonta a una medicina.
—Tengo sed. Quiero agua.—¿Con gas o sin gas?—¿Cuánto tiempo llevamos juntos? Lo haces para hacerme rabiar, ¿no? —Ja. Por supuesto.
El agua con gas no es agua, es medicina. Es gaseosa con ínfulas.