Se suceden las borrascas que cubren la península de nubarrones negros, preñados de lluvia. Vienen acompañadas de fuertes vientos y temperaturas bajas que nos hacen recordar que continuamos estacionados en el invierno. Castigan especialmente el oeste y el norte de España, donde un mar embravecido, con olas tan altas como edificios, golpea puertos, espigones, acantilados y faros con una violencia inaudita que destroza muros y puentes e inunda zonas urbanas costeras. Desde primeros de mes no deja de llover por esa sucesión continua de tormentas que, dada su intensidad, bautizamos como “ciclogénesis explosiva”: especie de pequeños huracanes en latitudes infrecuentes para ellos. Aparte de daños materiales, esta racha de mal tiempo se ha cobrado la vida de infortunados curiosos que se han sentido atraídos por el rugir del mar y la bella estampa violenta de unas olas que vencen con estrépito cualquier obstáculo que hallan en su camino, arrastrando piedras, barandillas, árboles o personas. Y es que febrero ha decidido obsequiarnos con aguas mil, para rebosar pantanos, hacer crecer los ríos e inundar nuestras débiles defensas humanas, inútiles ante la ira de la Naturaleza. Todo un espectáculo sumamente peligroso.
Se suceden las borrascas que cubren la península de nubarrones negros, preñados de lluvia. Vienen acompañadas de fuertes vientos y temperaturas bajas que nos hacen recordar que continuamos estacionados en el invierno. Castigan especialmente el oeste y el norte de España, donde un mar embravecido, con olas tan altas como edificios, golpea puertos, espigones, acantilados y faros con una violencia inaudita que destroza muros y puentes e inunda zonas urbanas costeras. Desde primeros de mes no deja de llover por esa sucesión continua de tormentas que, dada su intensidad, bautizamos como “ciclogénesis explosiva”: especie de pequeños huracanes en latitudes infrecuentes para ellos. Aparte de daños materiales, esta racha de mal tiempo se ha cobrado la vida de infortunados curiosos que se han sentido atraídos por el rugir del mar y la bella estampa violenta de unas olas que vencen con estrépito cualquier obstáculo que hallan en su camino, arrastrando piedras, barandillas, árboles o personas. Y es que febrero ha decidido obsequiarnos con aguas mil, para rebosar pantanos, hacer crecer los ríos e inundar nuestras débiles defensas humanas, inútiles ante la ira de la Naturaleza. Todo un espectáculo sumamente peligroso.