Según me acerco al pozo hago tintinear la bolsa del dinero, para advertirles de mi presencia. Ellos se revuelven inquietos y comienzan a chapotear ansiosos. Con un movimiento ágil retiro la losa que cubre el agujero y lanzo a las profundidades un par de piezas de oro. La violenta lucha subacuática que se produce a continuación me indica que son muchos ahí abajo por lo que no tendré problemas en atrapar alguno. No obstante, antes de bajar el cubo introduzco una moneda en su interior a modo de cebo, para asegurarme el éxito. Unos instantes después la cuerda se tensa y comienzo el ascenso, tirando suavemente de la soga. La polea chirría y hace tambalear el recipiente metálico, pero no derramo una gota. La intensa luz dorada que mana del cubo me indica que he atrapado un buen ejemplar, así que tapo la abertura rápidamente con un trozo de madera para evitar su fuga. Sin tiempo que perder me dirijo de nuevo al lecho de mi padre moribundo, transportando a mi presa con sumo cuidado; fuera del agua los deseos no son tan fáciles de atrapar.Texto: Marina de la Fuente Ilustración: Segismundo Rey