Aguas Turbulentas (DeUsynlige, Noruega-Suecia-Alemania, 2008) es el tercer largometraje del cineasta noruego desconocido en México Erik Poppe. Este filme forma parte, me entero, de la llamada "trilogía Oslo", formada por cintas desarrolladas precisamente en la capital de Noruega. Los dos filmes anteriores de Poppe, Schpaaa (1998) y Hawaii, Oslo (2004) -no vistos por mí, por desgracia- tuvieron cierto éxito en su momento entre la crítica y en el circuito festivalero, como de manera merecida lo ha tenido Aguas Turbulentas, con todo y su que su historia y su estructura narrativa no son precisamente muy originales.El joven delincuente Jan Thomas (Pal Sverre Valheim Hagen, notable) sale de prisión y es enviado a trabajar como organista en una iglesia que es manejada por la guapa sacerdotisa Anna (Ellen Dorrit Petersen) que es, además, la madre soltera de un encantador niño de 5 años, Jens (Fredrik Grondahl). Durante la primera parte de la cinta vemos la forma reticente en la que Jan empieza a relacionarse con la gente que le rodea en su nuevo entorno. En sucesivos flashbacks cada vez más informativos, nos damos cuenta cuál fue el crimen por el cual Jan estuvo varios años preso en un reformatorio: en un robo en el que salió todo mal, murió accidentemente un niño de 4 años. En la segunda parte, la cinta cambia de posición dramática: ya no son las dificultades de Jan para reconciliarse consigo mismo las que atestiguamos. Alguien ha reconocido al virtuoso organista que toca en la iglesia: se da cuenta que es el mismo muchacho que mató a un niño hace tiempo y no está dispuesto a olvidarlo ni a que los demás lo olviden.La estructura narrativa del guión de Harald Rosenlow-Eeg parece provenir del formato Arriaga/Iñárritu, lo que puede sonar ominoso para muchos, pero el gimmick estructural se muestra aquí completamente justificado. Así, algunos aspectos de la lenta readaptación de Jan que permanecen oscuros en la primera parte, se aclaran en la segunda sección del filme. Pero más importante aún: el sentimiento de la culpa de Jan y su intento por rehacer su vida -centro dramático de la primera parte- se contrastan con la (im)posibilidad del perdón y la ira alimentada por la tragedia, centro dramático en la segunda hora. Poppe y sus dos cinefotógrafos, Ingeborg Klive y John Christian Rosenlund, han encontrado una perfecta traducción visual de la trama de Rosenlow-Eeg: durante el primer segmento, las imágenes fuera de foco dominan en el encuadre, ocultando no sólo el entorno de Jan sino transmitiendo la enorme dificultad del muchacho para reconciliarse consigo mismo y con su pasado. En contraste, en la segunda parte de la cinta, la cámara en mano muestra la inestabilidad de todos los personajes cuando el secreto de Jan sale a la luz, empujado por alguien que está dispuesto a todo para... ¿para qué?: ¿vengarse?, ¿conocer realmente la verdad?, ¿tener la oportunidad de dar el perdón o de negarlo? Como en algún otro memorable melodrama de expiación de culpas inconfesables -pienso en Pena de Muerte (Robbins, 1995)-, Jan tiene que aceptarse a sí mismo antes de merecer otra oportunidad. Así, a lo mejor, puede empezar a perdonarse.
Aguas Turbulentas (DeUsynlige, Noruega-Suecia-Alemania, 2008) es el tercer largometraje del cineasta noruego desconocido en México Erik Poppe. Este filme forma parte, me entero, de la llamada "trilogía Oslo", formada por cintas desarrolladas precisamente en la capital de Noruega. Los dos filmes anteriores de Poppe, Schpaaa (1998) y Hawaii, Oslo (2004) -no vistos por mí, por desgracia- tuvieron cierto éxito en su momento entre la crítica y en el circuito festivalero, como de manera merecida lo ha tenido Aguas Turbulentas, con todo y su que su historia y su estructura narrativa no son precisamente muy originales.El joven delincuente Jan Thomas (Pal Sverre Valheim Hagen, notable) sale de prisión y es enviado a trabajar como organista en una iglesia que es manejada por la guapa sacerdotisa Anna (Ellen Dorrit Petersen) que es, además, la madre soltera de un encantador niño de 5 años, Jens (Fredrik Grondahl). Durante la primera parte de la cinta vemos la forma reticente en la que Jan empieza a relacionarse con la gente que le rodea en su nuevo entorno. En sucesivos flashbacks cada vez más informativos, nos damos cuenta cuál fue el crimen por el cual Jan estuvo varios años preso en un reformatorio: en un robo en el que salió todo mal, murió accidentemente un niño de 4 años. En la segunda parte, la cinta cambia de posición dramática: ya no son las dificultades de Jan para reconciliarse consigo mismo las que atestiguamos. Alguien ha reconocido al virtuoso organista que toca en la iglesia: se da cuenta que es el mismo muchacho que mató a un niño hace tiempo y no está dispuesto a olvidarlo ni a que los demás lo olviden.La estructura narrativa del guión de Harald Rosenlow-Eeg parece provenir del formato Arriaga/Iñárritu, lo que puede sonar ominoso para muchos, pero el gimmick estructural se muestra aquí completamente justificado. Así, algunos aspectos de la lenta readaptación de Jan que permanecen oscuros en la primera parte, se aclaran en la segunda sección del filme. Pero más importante aún: el sentimiento de la culpa de Jan y su intento por rehacer su vida -centro dramático de la primera parte- se contrastan con la (im)posibilidad del perdón y la ira alimentada por la tragedia, centro dramático en la segunda hora. Poppe y sus dos cinefotógrafos, Ingeborg Klive y John Christian Rosenlund, han encontrado una perfecta traducción visual de la trama de Rosenlow-Eeg: durante el primer segmento, las imágenes fuera de foco dominan en el encuadre, ocultando no sólo el entorno de Jan sino transmitiendo la enorme dificultad del muchacho para reconciliarse consigo mismo y con su pasado. En contraste, en la segunda parte de la cinta, la cámara en mano muestra la inestabilidad de todos los personajes cuando el secreto de Jan sale a la luz, empujado por alguien que está dispuesto a todo para... ¿para qué?: ¿vengarse?, ¿conocer realmente la verdad?, ¿tener la oportunidad de dar el perdón o de negarlo? Como en algún otro memorable melodrama de expiación de culpas inconfesables -pienso en Pena de Muerte (Robbins, 1995)-, Jan tiene que aceptarse a sí mismo antes de merecer otra oportunidad. Así, a lo mejor, puede empezar a perdonarse.