Por Hogaradas
Desde nińa, en el Colegio, tuve siempre atravesada la “aguja”, nunca fui capaz de hacer punto de cruz, y lo que recuerdo es algún que otro trapito con vainica, que ahora mismo sería incapaz de saber cómo lo hice. Sin embargo, ańos más tarde me gustaba ayudar a mi madre cuando se ponía manos a la obra para hacer algún “trapito”, bien para ella o para mí. Encima de la mesa del comedor nos encargábamos de sacar con sumo cuidado los patrones, yo era la encargada de pasar después los “puntos flojos” y luego cortarlos con cuidado para unir las piezas y seguir con el proceso de costura.
La vieja Singer fue siempre una asignatura pendiente, jamás conseguí darle al pedal y coser ni un miserable centímetro de tela, mientras que veía cómo mi madre mostraba una destreza sorprendente con la máquina de coser, la cual todavía está en casa y de vez en cuando sale a relucir para algún que otro arreglillo.
Me vienen los recuerdos de hilo y aguja porque este mediodía he comenzado a hacer una funda para llevar las zapatillas cuando vas de viaje, una más, si tenemos en cuenta que me gusta el orden y todo lo que gira entorno suyo y cuento con bolsas, bolsitas, neceseres y todo lo necesario para preparar una maleta y que cada cosa vaya recogida y guardada en su sitio.
Pero esta funda será diferente, porque me encargaré de su creación de principio a fin, así que este mediodía antes de subir a la oficina he cogido aguja, hilo y dedal, este último otra de esas asignaturas difíciles de digerir, y he comenzado mi nueva manualidad, la segunda si tenemos en cuenta los puntos de libro de la semana pasada.
Sin embargo, el punto fue en su día una de mis aficiones, y de la mano de Mari Nieves, la tía de Carlos, confeccioné alguna que otra prenda de abrigo, recuerdo un jersey y una chaqueta, ésta última en cuadros, y aprendí a hacer “coletas”, a menguar… aunque ya tenía en casa unas buenas maestra, ya que mi tía Fina mostraba un envidiable dominio tanto con las agujas de punto como con la de ganchillo, y mi tía Avelina tampoco se quedaba atrás. Así que sentada en la silla carbonera cogía las agujas y el ovillo de lana y me pasaba las tardes dedicada a aquella afición.
Desde entonces no he vuelto a coger unas agujas de punto, ni de ganchillo, y la aguja de coser para algún bajo de pantalón y poca cosa más, así que a partir de hoy me he propuesto dedicarle algo de tiempo a hacer cosas con mis propias manos; cuando escribo son también mis manos quienes se encargan de crear, de llevar hasta esta pantalla todo lo que sale de mi cabeza, y ahora también se encargarán de seguir dejando su huella, aunque esta vez sea en distinto lugar, como en esta funda para zapatos cuya costura retomaré nada más llegar a casa.
Ignoro cuál de mis aficiones realizaré con mayor destreza, pero seguro que cada una de ellas será gratificante en su momento y conseguirá aportar algo más a mi universo particular, y todo ello gracias a estas manos ayudadas por la suficiente dosis de imaginación e ingenio para conseguir que de ellas salgan cosas hermosas.