Agustín Fernández Mallo: "Hay cosas en mis libros que ni yo mismo entiendo"
Publicado el 25 febrero 2011 por Njimenez79AFM —o sea, Agustín Fernández Mallo— advierte: su nuevo libro «no es una novela. Es un libro que rehace El hacedor, de Borges, y ese libro son cuentos y poemas. Yo los he rehecho: cada cuento es un tema diferente, un estilo diferente». Que nadie busque un hilo conductor. Pero tampoco un plagio. Ni que vaya derecho, por obligación, a la estantería, a buscar el original que inspiró el Remake.
Para leer a AFM no hace falta empaparse de JLB (Jorge Luis Borges). Pero para zambullirse en este nuevo Hacedor quizá sí sea conveniente necesario disponer de un ordenador o tableta con conexión a Internet, porque El hacedor (de Borges). Remake (Ed. Alfaguara) es el primer libro multimedia, que junto al texto otorga una importancia vital a las fotografías, los mapas, los vídeos. Al concepto de hipertexto. Porque estas 174 páginas son un hipertexto en sí mismas.
Hipertexto, poesía y vanidad. O admiración en grado sumo. Casi idolatría. Porque hace falta un alto concepto de sí mismo para reescribir al mismísimo Borges, el «grado cero de la literatura» para este coruñés, físico de formación y poeta de corazón, el punto de no retorno, donde confluye toda la tradición literaria anterior y de donde parte el futuro de las páginas que están por escribir. «Me acerqué a estos cuentos y poemas porque siempre que releía el libro me proponía nuevas imágenes y nuevas historias —confiesa Fernández Mallo—. Un día me dije: "¿Por qué no escribir todo lo que el libro me suscita?". Y lo hice con ingenuidad y muy tranquilo. No pensaba que estaba reescribiendo a un dios. Fue una experiencia muy grata, apasionante.
—¿Se siente uno más hacedor cuando crea desde cero o cuando "re-crea" a otro artista?
—Lo mismo. Algo que yo aprendí de Borges es la idea de que la literatura es siempre una reelaboración. El propio Borges hizo reelaboraciones de literaturas anteriores y yo, cuando estaba escribiendo mis otras obras, también sentía que estaba reescribiendo algo que ya había leído antes. Una forma de crear es reescribir, porque a partir de una base de otro autor creas cosas totalmente nuevas. En este caso, del original de Borges me quedo con la metáfora final que cada cuento me comunica y yo la reelaboro a mi manera.
—¿Escribió este libro pensando en el formato electrónico?
—No. Surgió a posteriori, cuando veo que existe la posibilidad de que en un dispositivo electrónico se puedan integrar sonidos, imágenes en movimiento, links en tiempo real a la Red... Para mí es muy interesante y en mi blog lo hago mucho, desarrollo la estética a través de lo visual. Grabé vídeos en Montevideo, Buenos Aires y Nueva York, con una cámara de iPod: no me importaba que fueran de baja calidad, porque lo emocionante fue montarlos yo, buscar la música... investigar en mi estética, sin salir del rectángulo de la mesa de escritorio, porque al final a los escritores nos gusta estar solos.
—¿El eBook debe ir por ese camino?
—Irá. Sin duda. Los libros electrónicos aún no permiten insertar vídeos ni enlaces a la Red, pero las tabletas sí. En cualquier caso, esto no hay que tomarlo como un fundamentalismo: esta tecnología viene a ampliar un espectro, pero el libro en papel sigue estando ahí. Y quizá mi próximo libro sea sólo en papel, quién sabe.
"El pirateo supondrá más difusión para mi obra"
—¿Tiene miedo al pirateo?
—No, en absoluto. No vivo de vender libros: o vendes más de 150.000 ejemplares o de esto no se come. Existe el pirateo, pero en mi caso supondrá más difusión para mi literatura. Aunque supongo que a mi editora no le gustará mucho.
—¿Boli Bic, Montblanc o teclado?
—Normalmente teclado, pero como viajo tanto y es un rollo sacar todo el rato el ordenador escribo mucho a mano apuntes, siempre con portaminas. Los bolis me incomodan, sean Bic o Montblanc. El lápiz me encanta. Algún día se borrará, pero bueno.
—Y 'macquero', por lo que se desprende de su libro.
—Sí, yo era más de PC hasta que descubrí el Mac. Desde ese día pensé: «Se acabó».
—¿Es éste un libro pensado para nativos digitales?
—El de papel por supuesto que no. Y el electrónico tampoco, porque es muy fácil de manejar: una pantalla por la que deslizas la mano y pasan las páginas como en el libro real. Incluso se transparentan las páginas como en el libro en papel. La diferencia es que de repente aparece un vídeo en el que tú clicas y se empieza a reproducir, o ves un link, pinchas y el dispositivo se conecta a Internet.
—La cubierta también es suya. ¿Hay algún campo creativo que no haya explorado?
—Supongo que sí. Pero a mí lo visual me interesa mucho y siempre que puedo hago las portadas de mis libros. Las portadas del Proyecto Nocilla también eran mías.
—¿Ha tenido que pelear mucho con los editores para que le permitieran ese capricho?
—Jamás. Y le diré algo: a mí ningún editor me ha puesto una pega en nada. Pero ni una coma. Ni en poesía, ni en novela... ¡en nada! Todo lo que les he propuesto, por descabellado que fuera, me lo han permitido. Todos los editores han confiado mucho en mí. De hecho, que Alfaguara publique esta obra experimental, tan arriesgada, no es habitual.
—¿Se siente un privilegiado?
—Sí, pero también pienso que si me dejan experimentar por algo será.
—En un fragmento del libro habla de un contenedor de basura que califica como «el perfume del universo». Con perdón, ¿el mundo huele a mierda?
—No, no huele a mierda, pero es al mismo tiempo un gran contenedor de basura y de elementos que no tienen nada que ver unos con otros, que podrían ser perfectamente prescindibles. Yo hago un juego metafórico con eso: el mundo es un contenedor de muchas cosas que no llegamos a entender y que pueden convertirse en basura porque no sabemos qué hacer con ellas.
"La literatura está sobrevalorada"
—Y si «todo libro es un virus», éste, que es un libro hecho de un libro, ¿será un virus al cuadrado?
—Sí, quizá sea el rizo del rizo de los virus. En parte creo que la literatura está sobrevalorada. Aparte de que escribir es adictivo y puede llegar a ser como un virus, desde el punto de vista del lector yo no tengo conciencia de que todo lo que conozco del mundo me haya llegado exclusivamente por la vía de la literatura, sino por otras muchas vías.
—¿Se siente enfermo por la literatura?
—Un poco. No es una enfermedad grave, pero en el fondo no veo normal que una persona, en lugar de estar en la playa o con los amigos, se pase ocho horas al día creando un mundo artificial que sólo le interesa a él. Si quiere, es una obsesión curiosa.
—El libro está plagado de referencias mitológicas. ¿Cuál es el mito que más le inspira?
—No soy experto en mitología, pero tengo muchísimos mitos. Toda la cultura pop la tengo mitificada; hay mitos contemporáneos que nos nutren a todos, desde la filosofía a la cultura televisiva o el cine, si entendemos la palabra "mito" en sentido amplio. En sentido estricto, tomando en cuenta la mitología clásica, me interesa mucho el Minotauro y Creta. De hecho yo viajé a esa isla cuando hice mi primer libro, Creta lateral travelling, y me inspiré mucho allí.
—La idea del laberinto conecta con el tema de la infinitud y la eternidad, que también son constantes en el libro. ¿Por qué?
—Porque la eternidad y la infinitud son temas clásicos, que a todos nos inquietan en algún momento, porque no lo entendemos. ¿Qué es algo eterno o infinito? Yo, que soy físico, sé bien que cuando en Física nos topamos con un problema infinito tenemos un problema grave y hay que redefinir el modelo. Por eso ficcionamos con la eternidad, le damos vueltas.
—¿Y por eso escribe, para intentar entender la eternidad?
—Creo que, en el fondo, escribo para intentar construir un mundo paralelo en el que esto pueda tener algún sentido.
—En otro de los cuentos habla usted de «topografiar la ficción». ¿Es quizá uno de los objetivos de este Remake?
—Es una buena definición, hacer una topografía personal, un mapa personal de la ficción que es ya de por sí El hacedor.
—Y otro concepto que destaca es el de "apropiacionismo". Aunque la principal fuente de inspiración (o de apropiación) es Borges, ¿de qué otros grifos bebe Agustín Fernández Mallo en lo cinematográfico, musical o artístico?
—Me gusta todo el cine, pero hay directores importantes para mí, como David Lynch y todos los planos de realidad y su absurdo; Woody Allen, que me parece magistral; Antonioni... En la música me interesa todo, menos flamenco y música caribeña: si un día me quiere torturar sólo tiene que meterme en una habitación con flamenco y música caribeña. Pero fundamentalmente me interesa mucho la música que se gestó en los años ochenta y los derivados: el pospunk y su evolución. En cuanto al arte, todos dicen que soy muy pop, pero en realidad lo que más me interesa es el arte conceptual: coger un concepto y hacer una obra con esa idea que no tiene ninguna materialidad, al modo de Marcel Duchamp y su urinario, que en el fondo es otra forma de apropiacionismo.
—Su libro está plagado de citas 'prosopoéticas', del tipo: «"Pero ¿y a qué huele en la Luna? La única diferencia entre lo 'kitsch' y lo hermoso es esa pregunta». Y bien, ¿eso es 'kitsch' o hermoso?
—[Ríe]. ¡Es que no entiendo esa frase!
—Entonces, ¿escribe sin entender lo que escribe?
—A veces sí.
—Pues no pretenderá que lo entendamos los que lo leemos.
—No, por supuesto que no: hay momentos de los libros que no hay que entenderlos. La poesía fluye, no es para comprenderla. Hay cosas en los libros que ni yo mismo entiendo, pero me sirven para pensar algo, para darle una vuelta a una idea. Esa frase prometo que no la entiendo, pero me parece hermosísima.
—¿Prefiere ser hermoso antes que 'kitsch'?
—Bueno, ¿y si alguien te dice: «Y por qué lo 'kitsch' no va a ser hermoso»? Hay que dar muchas vueltas a eso. Yo no tengo claro si lo 'kitsch' es hermoso. A mí lo que me interesaba era el concepto de a qué huele en la Luna. Hemos visto mil veces la Luna, ha habido gente allí, pero nadie nos ha dicho a qué huele allí.
—Es que llevan casco.
—Sí, pero se pueden quitar el casco unos segundos, o tomar una muestra y luego olerla en la Tierra... Pero no me interesa como concepto técnico, sino porque me parece algo muy poético.
—Borges es para usted el «grado cero de la literatura». ¿Es lo que usted quiere, ser grado cero, punto de partida donde confluye toda la tradición y relanzar una corriente nueva a partir de ahí?
—Me gustaría, pero eso sólo está reservado a los genios.
"Escribo muy rápido, no pienso si voy a ser rompedor"
—¿No siente que está lanzando una corriente nueva?
—Sí, hago cosas nuevas, pero con una ingenuidad absoluta. Yo escribo todo muy rápido, lo que me va saliendo, no me cuestiono si va a ser rompedor o no. De hecho, creo que cuando te propones ser muy rompedor, eso no funciona, porque se nota que es impostura. Las cosas salen y, si no salen, no lo harán, por mucho que te esfuerces. Quizá sí he propuesto nuevas vías, pero de forma muy naíf.
—¿Corrige mucho?
—No. Corrijo erratas, pero nunca ideas. Cuando hay algo que me llena, lo dejo. Esa idea principal, muy visceral, la dejo siempre. Es como el enamoramiento primero; piensas: «Aquí hay algo». Cuando relees un texto tuyo tiendes a olvidarte de lo que te había enamorado de ese texto, te hartas de él; yo, aunque esté harto, digo: «Eso es lo que realmente me emocionó y eso es lo que emocionará a alguien que lo lea».
—¿Es muy visceral?
—Escribiendo sí, en mi vida no: pienso mucho las cosas, soy muy conservador en ese sentido. Pero para crear sí, porque creo desde el impulso poético: no podría crear una novela diseñada previamente.
Publicado en Diariocrítico.
Fotos: Javier Arroyo.