Por Francisc Lozano*
Cada gobierno tiene su gran desfalco; cada año viene con su descalabro para el bolsillo de los contribuyentes; cada mes se descubre un nuevo robo astronómico; y cada día, hora, minuto y segundo alguien se está robando algo. Sin importar quién sea el criminal de turno, la víctima siempre es la misma: el pueblo colombiano.
Hace casi cuatro décadas, el entonces presidente de la República César Turbay expresaba lo siguiente: “hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”. Pero se equivocaba Turbay. La corrupción no se debe reducir, se debe extirpar, así como los médicos extirpan los tumores que de otra forma terminarían por acabar con la vida de sus portadores. No se puede simplemente reducir el tamaño del tumor porque, al final terminará volviendo a crecer e invadirá el organismo por completo. Así es la corrupción, y no puede ser tolerable, aunque la realidad es que todos la toleramos o la practicamos de una u otra forma. Pero eso será tema de otra columna.
Cerca de tres años atrás, el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez calificaba al gobierno de Uribe Vélez como “el más corrupto de la historia reciente” en su columna El país que imaginamos y temimos. En ese momento, tal vez, Vásquez estaba dando en el blanco, pero con las últimas revelaciones de la fiscalía y los testigos en casos de corrupción, me temo que sólo sabremos cuál merece esa deplorable distinción cuando hayan pasado entre 4 y 6 años del gobierno de Santos y, lo que parece aún peor, creo que la competencia seguirá con los futuros gobernantes, con lo que sólo tendremos una disputa de nunca acabar por ser los laureados con tan peyorativa calificación.
A uno como colombiano ya le sorprenden muy pocas cosas, y, generalmente, esos hechos son los buenos: logros de Llinás en neurociencia, de los deportistas de la necesidad (el deporte es su única esperanza para poder comer porque sólo nos aprovechamos de su imagen para hablar bien de Colombia, pero nunca les ayudamos cuando no han logrado grandes hazañas), las selecciones colombianas de fútbol femenino y masculino, un grupo de personas que intentan proteger el medio ambiente o brindarle oportunidades a los menos favorecidos en las zonas marginales de Colombia, uno que otro político honesto que hace bien su trabajo, un grupo de médicos que no cobran por salvarle la vida a quienes lo necesitan y uno que otro caso más que se me escapa.
Sin embargo, el día sábado 1 de abril me sorprendió por dos razones: Mocoa quedó destruida y cientos de vidas se perdieron y tal vez se seguirán perdiendo, y Uribe, Ordóñez y “Popeye” lideraron una marcha “contra la corrupción” y contra Santos. Si la marcha hubiese sido organizada por gente decente, uno podría haberse tomado el tiempo de participar porque la corrupción nos carcome y Santos es uno de esos presidentes que sólo podrá ser recordado por un par de cosas buenas y por muchas malas, así como su antecesor antioqueño. El problema es que quienes la organizaron hacen parte de la élite que más provecho le ha sacado a la corrupción.
Uribe tiene incontables casos de corrupción en su haber que han sido destapados: Ejecuciones extrajudiciales de colombianos por parte del ejército, Odebrecht, Agro Ingreso Seguro, el cartel de la contratación en Bogotá, Saludcoop, la Zona Franca de Occidente, la compra de votos para su reelección, las interceptaciones ilegales del DAS, sus exjefes de seguridad detenidos por narcotráfico, su hermano investigado por paramilitarismo, su primo condenado por paramilitarismo, y las lista sigue. Por el lado de Ordóñez uno puede destacar que fue él precisamente quien se encargó de comprar su reelección -inconstitucional- entregándole cargos a los familiares de los magistrados, corrupción dura y pura. Y si de Popeye hay que hablar, uno no puede olvidar que es uno de los mayores asesinos de la historia de este país, y que ejecutó muchos de esos asesinatos en contra de personas que luchaban contra la corrupción, por orden de Pablo Escobar. Así las cosas, Uribe, Ordóñez y Popeye tienen rabo de paja cuando de corrupción se habla, por lo que la marcha resulta, cuando menos, contradictoria. Pero como ya dije en otro momento, eso no habla mal de Uribe, Ordóñez y Popeye, eso habla mal de una sociedad inerme que endiosa a los corruptos y castiga a los honestos. La sociedad donde “el vivo vive del bobo” y de “no de papaya”. Sí, la corrupción es culpa nuestra, nosotros somos los responsables porque aplaudimos al pillo y valoramos la “malicia indígena”. Eso nos hace corruptos a todos, a todos.
En cuanto a la destrucción en Mocoa, esa también la podemos interpretar como consecuencia de la corrupción que hizo que no se manejara adecuadamente el riesgo, y que los dineros no se hubieran invertido en las transformaciones que necesitaba la población para reducir los riesgos a los que está expuesta. Sólo hay que ver cómo Ecuador no ha sufrido los estragos que sí le han tocado a Perú y a Colombia por cuenta de las grandes precipitaciones que se han vivido en las últimas semanas, pero el tema tendrá que ser tratado en otra ocasión.
Si algo nos han enseñado las últimas dos administraciones del país, es que la reelección representa un verdadero peligro en una Nación sin control real y sin memoria histórica y política. Porque una cosa es aguantarse un gobierno corrupto durante 4 años, pero hacerlo durante 8 o 16, como está pasando con Santos que ha continuado por los mismos caminos de Uribe, eso sí es devastador, y Reficar, Saludcoop, Odebrecht, los robos de Tomás y Jerónimo Uribe a la Dian y de Samuel e Iván Moreno y su grupo de compinches a la Nación, y los otros cientos o miles de desfalcos son una prueba de ello.