Hablo de la decisión de algunos ayuntamientos y cabildos canarios de izar el próximo sábado la bandera tricolor canaria con las siete estrellas verdes, que el MPAIAC de Antonio Cubillo proclamó "bandera nacional canaria" hace ahora algo más de medio siglo. Ante todo, vaya por delante el respeto a quienes entienden que esa enseña es más representativa del sentir político de la ciudadanía de este archipiélago que la que se recoge en el Estatuto de Autonomía. No obstante, me permito dudar de que este asunto figure entre las primeras veinte preocupaciones de los canarios, siendo generosos.
Dicho lo cual, no veo en los máximos responsables de las instituciones que han decidido izar la tricolor "estelada", como la ha llamado algún periódico despistado y confundido, un peligro inminente de que la semana que viene se nos pueden descolgar con un referéndum soberanista que ríete tú de Artur Mas, Oriol Junqueras y compañía. Estoy seguro de que ni Antonio Morales, el presidente del Cabildo de Gran Canaria, ni Pedro Sanginés, su homólogo de Lanzarote, o el alcalde de Santa Cruz de Tenerife, José Manuel Bermúdez, van a abrir con su decisión y las de los gobierno locales respectivos la vía a la independencia para convertir a las islas en un "nuevo Estado europeo".
Más bien creo que a quienes impulsan y defienden ese tipo de iniciativas les puede una cierta añoranza de tiempos pasados en los que la palabra "nacionalismo" tenía mucha más sustancia ideológica que en la posmodernidad desnortada en la que nos encontramos actualmente. Los cambios políticos y sociales de las últimas décadas han hecho que la bandera de las siete estrellas verdes haya ido perdiendo buena parta de sus connotaciones estrictamente independentistas para convertirse en algo parecido a una seña de identidad colectiva, que lo mismo puede ondearse en un partido de fútbol, en una fiesta popular o en una manifestación sindical
Por ello, en un mundo globalizado en el que las decisiones que de verdad importan cada vez están menos en manos de los gobiernos "nacionales" y más en las de las grandes empresas transnacionales, este tipo de debates sobre banderas tienen incluso un punto anacrónico que no debería llevarnos a dedicarle demasiado tiempo y energías. Eso no quiere decir que no haya que defender la singularidad frente a la uniformidad que se nos intenta imponer a diario pero hacerlo conscientes de que las fronteras y las banderas, aunque parezca que resisten y hasta que se reconstruyen, están inexorablemente llamadas a difuminarse en el horizonte de la Historia.
El izado el próximo sábado de la tricolor estrellada canaria habría quedado en un nostálgico gesto político si la Delegación del Gobierno en Canarias se hubiera resistido a la tentación de pedirle a un juez la suspensión cautelar del acto. Ha sido hacerlo y encender un debate artificial que jamas hubiera existido si, simplemente, se hubiera limitado a remitir una carta a las instituciones en cuestión recordando cuáles son las enseñas institucionales y constitucionales que deben ondear en las instituciones oficiales.
De hecho, algunas de estas instituciones ya habían aclarado que no es su intención sustituir alguna de las banderas oficiales por la de las siete estrellas verdes, con lo cual la reacción de la Delegación del Gobierno es cuando menos gratuita y desproporcionada, máxime cuando el propio delegado reconoce la escasa vinculación actual de la estrellada con el sentir independentistas canario. Leyendo las explicaciones que ha dado el delegado sobre este asunto, me he sentido de pronto transportado al País Vasco o a Cataluña y a los ayuntamientos o diputaciones gobernados por la izquierda abertzale o por los soberanistas, en donde un día sí y al siguiente también se desobedecían y aún se desobedecen las leyes sobre símbolos oficiales y se quemaban banderas nacionales.
¿Es eso lo que quiere evitar el delegado en Canarias, impedir que prenda de nuevo un sentimiento independentista en las islas con actos como el del sábado? Nunca ha ocurrido en las islas nada parecido a lo del País Vasco y Cataluña y es muy poco probable que llegue a ocurrir, aunque creo que la mejor manera de evitarlo no es haciendo de un grano una montaña. Tenía mucha razón Groucho Marx cuando dijo o escribió - tanto da - que "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados". El de la bandera es un buen ejemplo.