Los funcionarios occidentales condenan el rasguño en la oreja de Trump, mientras su inacción y silencio ante el martirio de más de 38 mil personas inocentes en Gaza los han convertido en socios y cómplices del régimen sionista.
Kazem Jalali
Embajador de la República Islámica de Irán ante la Federación de Rusia1
El lobby israelí en la política de los Estados Unidos
El mundo ha evidenciado cómo el establishment estadounidense ha sido absorbido por el lobby israelí2 y puesto al servicio del capital sionista, al punto de dirigir su política exterior en contra de sus propios intereses globales. La élite política estadounidense ha reconocido, de palabra, hecho y omisión, que su prioridad es proteger al Estado de Israel.
La democracia liberal-burguesa estadounidense, de carácter bipartidista, se sustenta en la alternabilidad en el poder de los partidos Demócrata y Republicano, ambos al servicio del lobby sionista. Esto significa que, gane quien gane en noviembre, el exterminio contra los pueblos árabes e islámicos continuará, puesto que son las corporaciones petroleras y gasíferas junto a los intereses sionistas los que definen la política estadounidense en el Medio Oriente.
Uno de los rasgos característicos de este lobby es su gran poder silenciador de la opinión pública mundial. Infunde un temor latente y continuo en todos los actores sociales, acusándolos de antisemitismo y condenándolos a la censura. Por lo tanto, han sido reconocidos académicos de las universidades de Chicago y Harvard los que se han atrevido a realizar y publicar estudios sobre los efectos negativos del lobby israelí, en la política exterior e interior de los Estados Unidos. Quizá esta sea una de las razones del levantamiento de la juventud universitaria en contra del genocidio del pueblo palestino.
Dichos estudios académicos han desvelado las estrategias de manipulación del lobby sionista, que condujeron a un pueblo estadounidense, conmocionado luego de la voladura de las Torres Gemelas, en Nueva York, en 2001, a apoyar la invasión a Irak, en 2003. Hoy la misma ha sido catalogada como una guerra ilegítima e inmoral, rechazada por amplios sectores de la opinión pública mundial.
La base electoral del lobby israelí
La extrema eficacia que distingue al lobby israelí se debe a su amplia base electoral, conformada por los grupos cristianos evangélicos, conocidos también como «sionistas cristianos», que reúnen un amplio espectro de iglesias protestantes, entre ellas las luteranas, metodistas, baptistas y adventistas, identificadas con las corrientes políticas neoconservadoras.
Todos ellos están unidos por la creencia adventista de que la segunda venida de Jesucristo está próxima y la hacen coincidir con la creencia sobre la llegada del Mesías que siguen esperando los judíos ortodoxos y que tendrá lugar en un Israel poblado solo de judíos. Por lo tanto, se convierte en un deber cristiano colaborar con el régimen sionista para alcanzar este supuesto objetivo divino.
Estas afirmaciones pueden resultar ridículas para la mentalidad laica occidental. Sin embargo, es innegable la influencia de los grupos evangélicos en las Cámaras de Diputados y Senadores del Congreso, así como en el resto de la institucionalidad del Estado norteamericano. Los evangélicos representan aproximadamente el 51% de su población, según el American Religious Identification Survey (ARIS, 2008).3 No estamos ante la presencia de sectas minoritarias; por el contrario, son un segmento numéricamente importante y muy activo electoralmente.
Asimismo, se debe considerar la influencia del lobby sionista en la comunidad judía estadounidense, que ha logrado manipular, de forma muy hábil, el sentimiento de culpabilidad de estos creyentes por «no haber respondido al llamado de emigrar a Israel». A pesar de que la comunidad judía solo alcanza el 2% de la población estadounidense, este segmento es económicamente uno de los sectores más influyentes de la nación.
La doctrina sionista predicada por estas iglesias ha logrado sustituir la identidad del pueblo estadounidense, apelando a una supuesta superioridad moral como principio ideológico, convirtiéndolo en instrumento de su propia destrucción, por tratarse de una sociedad multicultural, conformada desde una diversidad de orígenes y religiones que la dotan de una pluralidad de perspectivas.
Anabel Díaz Aché