El pretexto es apoyar a los manifestantes de Libia, pero subyace un rechazo lógico por otro lado, a una dictadura instaurada desde hace décadas y que provoca a España, con más o menos éxito, hace ya muchos años. El problema con el pueblo saharaui no va a ser un factor favorecedor de la calma en nuestro país vecino, del mismo modo que Ceuta y Melilla pueden ser utilizadas desde esta monarquía, como arma arrojadiza para desviar la atención. El norte de África y el oriente próximo están revueltos y las manifestaciones contra los regímenes totalitarios se suceden diariamente, mientras el número de víctimas de la represión va en aumento. Decíamos estos días que existe un peligro de ver convertidas algunos de estos países en repúblicas islámicas, igualmente carentes de democracia, pero agravadas por el fanatismo de la fe y de lo sobrenatural. Marruecos y Libia están demasiado próximos, geográfica y económicamente a la vieja Europa para permitir que el Islam más radical se adueñe de la mayor parte del norte de Africa y el Mediterráneo sur. Un conflicto que nadie desea parece avecinarse en un futuro próximo, y lo temo profundamente.