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Ahora más que nunca, Europa / Jürgen Habermas, Peter Bofinger y Julian Nida-Rümelin

Publicado el 30 octubre 2012 por Lilik
Ahora más que nunca, Europa / Jürgen Habermas, Peter Bofinger y Julian Nida-RümelinLa crisis del euro refleja el fracaso de una política sin salida. El gobierno alemán no tiene la valentía de ir más allá del simple mantenimiento de una situación que se ha vuelto insostenible. Por esta razón, a pesar de los extensos programas de rescate y las cumbres para las innumerables crisis, la situación de la zona euro no ha dejado de deteriorarse en los últimos dos años. Por causa de la crisis económica, Grecia se enfrenta a la perspectiva de abandonar la zona euro, lo que tendría incalculables efectos en cadena para los otros países miembros. Italia, España y Portugal están entre las garras de una recesión severa, que está haciendo aumentar el desempleo. La recesión económica en estos países con problemas convierte la frágil situación de los bancos en otra aún más precaria, y la creciente incertidumbre sobre el futuro de la unión monetaria está minando la confianza de los inversores, que son cada vez más reacios a comprar bonos emitidos por países con problemas. El aumento de las tasas de interés de los bonos del gobierno, junto con el progresivo deterioro de la situación económica, están dificultando los procesos de recuperación, los cuales nunca son fáciles en una primera fase de la recesión.
Esta desestabilización que se auto-refuerza es en gran parte el producto de determinadas estrategias de gestión de la crisis, que apenas han comenzado a abordar el reto de la consolidación de las instituciones europeas. El hecho de que los intentos de hacer frente a la crisis en los últimos años se hayan caracterizado por un alarmismo que sólo ha empeorado las cosas sirve para poner de relieve la falta de creatividad política.
Sin embargo, la necesidad de dar un paso adelante importante en la integración europea no se deriva únicamente de la actual crisis de la eurozona, sino también para poner freno a las malas prácticas del sombrío universo paralelo que los bancos y fondos de inversión han creado junto a la economía real de bienes y servicios. Para ello es preciso que nuestros políticos se impliquen en tomar el control de nuevo. Las medidas necesarias para recuperar una adecuada regulación son bastante obvias. Sin embargo, no se están aplicando, en primer lugar porque una aplicación de estas medidas a nivel nacional, tendría consecuencias contraproducentes, y en segundo lugar porque la agenda regulatoria que surgió de la primera cumbre del G20 en Londres en 2008 podría requerir una acción coordinada a nivel mundial, lo que para el presente se hace imposible por la fragmentación política de la comunidad internacional.
Una gran potencia económica como la UE, o en su defecto la eurozona, podría convertirse en abanderado del camino a seguir a partir de ahora. Sólo una consolidación significativa de la integración europea puede sostener una moneda común sin la necesidad de una serie interminable de rescates, lo que a largo plazo pondría a prueba la solidaridad de las poblaciones nacionales europeas de la zona euro en ambos lados – los países donantes y beneficiarios – que podrían alcanzar un punto de ruptura. Esto significa, sin embargo, que la transferencia de la soberanía a las instituciones europeas es inevitable para imponer disciplina fiscal efectiva y garantizar un sistema financiero estable. Al mismo tiempo, necesitamos una coordinación más estrecha de las políticas financieras, económicas y sociales de los países miembros, con el fin de corregir los desequilibrios estructurales en la zona de moneda común.
Los problemas actuales
La escalada de la crisis muestra que la estrategia previamente impulsada por el gobierno alemán en Europa se basa en un diagnóstico equivocado. La crisis actual no es una crisis del euro. El euro ha demostrado ser una moneda estable. Tampoco la crisis actual es una crisis de deuda específicamente europea. En comparación con los EE.UU. y Japón, la Unión Europea – y dentro de la UE la zona euro – tiene el más bajo nivel de endeudamiento de las tres regiones económicas. La crisis es una crisis de refinanciación que afecta a los distintos países de la zona euro, y se debe principalmente a un insuficiente apuntalamiento institucional de la moneda común.
La profundización de la crisis deja en claro que las soluciones probadas hasta ahora han fallado. De modo que el peligro reside en que la unión monetaria en su forma actual no pueda sobrevivir mucho tiempo sin un cambio fundamental de estrategia. El punto de partida para un cambio de rumbo en nuestra forma de pensar reside en un diagnóstico claro de las causas de la crisis. El gobierno alemán parece asumir que los problemas han sido básicamente causados por la falta de disciplina fiscal a nivel nacional, y que la solución es ante todo una rigurosa política de recortes de gasto de los distintos países. A nivel institucional, los alemanes quieren que este enfoque se sustente en estrictas reglas fiscales en el primer caso, complementados con fondos de rescate que resultan cuantitativamente limitados y están sujetos a ciertas condiciones, de tal modo que se fuerce a los países interesados ​​a adoptar políticas de austeridad extrema, que ya han debilitado sus economías e impulsado el desempleo.
Actualmente, los países con problemas no han logrado limitar sus costes de refinanciación a un nivel manejable, a pesar de amplias reformas estructurales y unas políticas de recortes de gastos inusualmente severas para los estándares internacionales. Los acontecimientos de los últimos meses apuntan a una conclusión: que el diagnóstico del gobierno alemán y su terapia han sido demasiado unidimensionales en su concepción desde el principio. La crisis no ha surgido sólo porque ciertos países se han portado mal, sino que se debe en gran parte a problemas sistémicos. Estos no pueden ser resueltos por un mayor esfuerzo a nivel nacional, sino que requieren una respuesta sistémica.
La actual inestabilidad de los mercados financieros está siendo motivada por el riesgo de que un país en particular pueda llegar a ser insolvente, y porque los riesgos sólo pueden ser eliminados, o al menos limitados, por las garantías colectivas de los bonos gubernamentales emitidos en la eurozona. Existe la preocupación de que esto podría crear desincentivos, lo que debe ser tomado muy en serio. La única forma de disipar estas preocupaciones es asegurar que las garantías colectivas se combinen con un estricto control colectivo sobre los presupuestos nacionales. Esto significa, sin embargo, que el grado de control fiscal necesario para sostener las garantías colectivas ya no es factible en el contexto de la soberanía nacional a través de reglas estipuladas contractualmente.
Opciones alternativas
Sólo hay dos estrategias coherentes para hacer frente a la crisis actual: un retorno a las monedas nacionales en toda la UE, lo que expondría a cada país a fluctuaciones imprevisibles de los mercados de cambio extranjeros, altamente especulativas, o la fundamentación institucional de una política económica colectiva, fiscal y social en la zona euro, con el objetivo adicional de restaurar a los responsables políticos su capacidad perdida a causa de los imperativos del mercado a nivel transnacional. Y mirando más allá de la crisis actual, la promesa de una “Europa social” también depende de esto. Sólo una Europa unida políticamente ofrece alguna esperanza de revertir el proceso – ya muy avanzado – de transformación de una democracia de ciudadanía basado en la idea del Estado social en un simulacro de democracia regida por los principios del mercado. Sólo por esta razón – porque se refiere a esta perspectiva más amplia – la segunda opción merece preferencia sobre la primera.
Si queremos evitar un retorno al nacionalismo monetario y una crisis del euro permanente, tenemos que hacer ahora lo que no se hizo en el momento del lanzamiento del euro: hay que comenzar el proceso de avance hacia la unión política, empezando por el núcleo europeo de los 17 países miembros de la UME.
Creemos que debemos estar totalmente abiertos a este proceso. Sencillamente, no es posible mantener la moneda común sin que se defienda también la idea de la responsabilidad colectiva y la corrección del déficit institucional en la eurozona. La propuesta del Consejo de Expertos Económicos sobre la creación de un fondo de deuda para el rescate colegiado ha sido rechazada por el gobierno alemán, pero su atractivo reside precisamente en el hecho de que pone fin a la ilusión de la soberanía nacional continúa apostando abiertamente por establecer el principio de responsabilidad colectiva. Sin embargo, tendría más sentido mutualizar la deuda de la eurozona dentro de los criterios de Maastricht – así hasta el límite del 60%, en lugar de por encima de ese nivel.
Mientras los gobiernos europeos no digan claramente lo que realmente están haciendo, se seguirán socavando los cimientos democráticos ya de por sí débiles en la Unión Europea. El grito de batalla de la Guerra de la Independencia Americana – “No taxation without representation” – tiene una resonancia nueva e inesperada hoy: toda vez que se cree un espacio en la zona euro para políticas que resulten con efectos redistributivos a través de fronteras nacionales, los legisladores europeos que representan a las personas (directamente a través del Parlamento Europeo y del Consejo de forma indirecta), debe ser capaces de decidir y votar estas políticas. De lo contrario, se estaría violando el principio de que el legislador quien decida cómo el dinero público se gasta es el mismo que el legislador democráticamente electo que aumenta los impuestos para financiar este gasto.
No a la comunitarización de la política por la puerta trasera
Sin embargo, la memoria histórica de la unificación del Reich alemán que fue forzada en muchas partes del país por encima de razones dinásticas debe servir como una advertencia para nosotros. Los mercados financieros no deben ser obligados a jugar con complejas y poco transparentes estructuras, mientras que los gobiernos aceptan mansamente la imposición a los pueblos de un poder ejecutivo centralizado que asume una vida propia por encima de sus cabezas. Antes de que se llegue a eso, la gente tiene que dar su opinión. Como representante del país más grande de los donantes en el Consejo Europeo, la República Federal debe tomar la iniciativa y presentar una resolución para convocar una convención constitucional. Esta es la única forma de salvar la brecha de tiempo inevitable entre las medidas económicas inmediatas que se deben poner en marcha, pero que todavía pueden ser revocadas, y la legitimación retrospectiva que pueda ser exigida. Si los resultados de los referendos son positivos, los pueblos de Europa podrían recuperar, a nivel europeo, la soberanía que les fue robada por “los mercados” hace mucho tiempo.
La estrategia del cambio de tratado está diseñada para lograr el establecimiento del núcleo político de la moneda única europea, la que a otros países de la UE – en particular Polonia – se les permitiría unirse. Esto requiere de un pensamiento claro acerca de la composición política de una democracia supranacional que permita el gobierno colectivo sin asumir la forma de un Estado federal. El Estado federal europeo es un modelo equivocado, exigiendo una mayor solidaridad de la que las naciones europeas históricamente autónomas están dispuestas a contemplar. La consolidación de las instituciones que ahora se requieren podría estar guiada por el principio de que el núcleo de una Europa democrática debe representar a la totalidad de los ciudadanos de los estados miembros de la UEM, pero a cada ciudadano individual en el desempeño de su doble capacidad como ciudadano participante directamente de la reformada Unión por un lado, y como miembro indirectamente participante de una de las naciones europeas implicadas, por otro.
No estaría fuera de lugar que el Tribunal Constitucional Federal tome la iniciativa de los partidos políticos y anuncie un plebiscito para reformar la Constitución. Eso significaría que las partes ya no podrían evitar tomar una posición sobre las opciones que se han mantenido en la sombra hasta ahora. Una iniciativa conjunta apoyada por el SPD, CDU y los Verdes para establecer una convención constitucional, que podría ser votada en el mismo momento que el plebiscito sobre la Constitución (pero no antes del final de la próxima legislatura), no podría tildarse de irrealista. Esta sería la primera vez que Alemania llevaría a cabo un debate público de este tipo, en el que se formarían las opiniones y las decisiones sobre las diferentes opciones políticas para el futuro de Europa, y creemos que hay una buena probabilidad de que en el curso de este debate una alianza de partidos políticos sea capaz de persuadir a una mayoría del electorado de las ventajas de una unión política.
Un amplio debate público es necesario.
Los cuatro años de crisis han traído todo tipo de temas a la palestra y han centrado la atención de los diferentes públicos nacionales, como nunca antes, sobre las cuestiones europeas. Uno de los resultados de esto ha sido el despertar de una conciencia de la necesidad de regular los mercados financieros y corregir los desequilibrios estructurales en la zona euro. Por primera vez en la historia del capitalismo, una crisis provocada por el sector más avanzado, los bancos, ha tenido que ser resuelta por los gobiernos al obligar que sus ciudadanos, en su calidad de contribuyentes, paguen por las pérdidas sufridas. En este punto, la barrera entre procesos sistémicos y los procesos de la vida real desaparece. Los ciudadanos están indignados con razón. El sentimiento generalizado de injusticia se deriva del hecho de que los procesos sin rostro de los mercados hayan asumido una dimensión directamente política en la percepción popular. Este sentimiento se combina con un sentimiento de ira, reprimida o no, de la propia impotencia. Para contrarrestar esto, necesitamos una nueva política de auto-recuperación.
El debate sobre el propósito y el objetivo del proceso de unificación presentaría una oportunidad para ampliar el centro del debate público, que hasta ahora se ha limitado a las cuestiones económicas. La conciencia de que el poder político mundial está pasando de Occidente a Oriente, y la sensación de que nuestra relación con los EE.UU. está cambiando, se combinan para presentar los beneficios sinérgicos de la unificación europea en una nueva luz. En el mundo post-colonial el papel de Europa ha cambiado, y no sólo con referencia a la dudosa reputación de los antiguos poderes imperiales, por no hablar del Holocausto. Proyecciones futuras respaldadas por datos estadísticos indican que Europa se encamina a profundizar el cambio consistente en transformarse en un continente de contracción poblacional, disminución de la importancia económica y disminución de significación política. Los pueblos de Europa deben aprender que sólo pueden conservar su bienestar, su modelo de estado social y la diversidad de sus culturas de Estado-nación al unir fuerzas y trabajar juntos. Deben aunar sus recursos, si quieren ejercer cualquier tipo de influencia en la agenda política internacional y en la solución de los problemas globales. El abandono de la unificación europea supondría ahora la salida de la escena mundial.
Fuente: dedona.wordpress.com

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