En ese pequeño espacio improvisado, ni un segundo pasó cuando él empezó a lamer y morder mis labios en un desesperado anhelo de beberme entera, mientras sus manos inquietas tanteaban por debajo del vestido y subían por mis muslos buscando un oasis donde mojarse, una y otra vez.
Envuelta en un delirio de gritos y gemidos, alcancé otra dimensión. No recuerdo muy bien en qué momento salieron las lágrimas de mis ojos... no sé si fue antes o después de comenzar a sentir la ráfaga de un rayo. Una descarga que desintegró mi cuerpo abocándome a un estallido que me hizo perder parte de la consciencia y la respiración.