Porque lo que nos encontramos ha sido una pequeña ciudad de lo más agradable y plácida, muy cuidada en todos sus aspectos, orgullosa de sus productos y de su cultura, con unos habitantes de lo más educados y amables. Y encima en un entorno natural privilegiado, entre el amplio Golfo de Ajaccio y las cordilleras montañosas, algunas de las cuales superan los 2700 metros de altitud, y en las que aún unas pocas conservaban sus cumbres nevadas a finales de mayo.
En resumen, una visita en la que nadie espere encontrarse con edificaciones y monumentos espectaculares, pero que a nosotros nos ha gustado muchísimo, por lo bien conservada, lo abarcable y tranquila que es para una jornada relajada en puerto, la amabilidad de sus gentes y la belleza del entorno que la rodea. Y por lo que hemos podido averiguar el resto de la isla parece ser más bonito. Quizás sea el momento de planear una escapada más adelante en avión y alquilar un coche para recorrerla de cabo a rabo y ampliar esta primera toma de contacto con esta isla distinta.
Y así fue concluyendo el tiempo de que disponíamos, y el reloj marcaba que debíamos embarcar en el Lírica, para después zarpar en una bonita salida de puerto a través del golfo y con Ajaccio como telón de fondo, para posteriormente realizar el Lírica una pequeña navegación costera hasta las Islas sanguinarias en un inolvidable atardecer.
Zarpando de Ajaccio con las cordilleras montañosas nevadas en segundo plano
Comercio de productos típicos
Escultura de Napoleón romano en la Place Foch
Vista del casco antiguo de Ajaccio
Las islas sanguinarias. Su nombre se debe a los rojizos atardeceres que ofrece