Ajetreo en la piscina municipal.

Por Negrevernis
El vestuario infantil me parecía esta mañana la mezcolanza de un zoco: una algarabía de colores ácidos y vocesbatidas de adultos y pequeños.
Cari, vete quitándote la ropa. ¿Dónde está el bañador? Mira, ahí, el gorro.

Como entrando en hora punta, un atareado trajín de papás y mamás hormigueando entre las taquillas; ellos con la preocupación en la cara de quien suele delegar la tarea del niño de forma cotidiana, sin encontrar en el misterio de la mochila deportiva la tabla de nadar y las chancletas. Ellas con la rutina reflejada en los movimientos de los que hacen el puré de zanahoria de la noche y ponen a la vez el pijama a la niña.
¿Dónde te ha puesto mamá las cosas? ¿Y dices que este no es el bañador de siempre?
La extraña manía del padre atareado en convencer al pequeño de que no se meta en las taquillas mientras la ropa doblada se revuelve sola. La mamá convencida de la concentrada conversación de su bebé de cinco meses -ella preguntando y respondiendo, por la magia esa que tienen los pequeños de hacer creer a sus progenitores que de todo saben opinar. El preadolescente que ya prefiere que su madre le excuse ante el monitor de natación -no sea, claro, que el joven se traumatice antes de tiempo, que para eso está la Secundaria.
Bueno, ya le diremos a tu madre que se nos olvidaron las chanclas. Coge el ese que está ahí.
-
Niña Pequeña, escucha, no llores. Ya aprenderás a meter la cabeza debajo del agua.
- Pero el profe me dijo que hiciera también pompitas. Y eso lo sé hacer.
- Claro, Niña Pequeña. Y lo otro también lo sabrás hacer.