Akane: historia alternativa.

Publicado el 10 mayo 2019 por Carlosgu82

una extraña sintonía

¿Es peor amar, y no ser correspondido, o que te amen, y no ser capaz de corresponder?
Este tipo de preguntas, me hacía sentir inquieto, por múltiples motivos, en este preciso momento, me encontraba enamorado de Christina, una chica cualquiera, con una única cosa, una obsesión de las drogas. Tal vez me gustaba, porque quería ayudarle, pero era tonto de mi parte, era difícil y casi imposible conseguir que alguien aprenda de consejos ajenos.
Hoy se supone que iré a verle, y tengo miedo.
Son las 20:56 de una noche normal, hace calor, mi camisa es blanca, pero el resto de mi ropa es negra, y estoy aquí escribiendo mi diario de amor, para que la sepa, que pase por amor, sepa que hacer.
Debo ir a ver a mi chica, pero, al contrario, estoy en la cama, pensando si ella es la mejor opción para mí, presiento que no lo es, no por su obsesión, sino porque con ella…me siento solo, es absurdo, lo sé, pero es la verdad, ¿Es ella la chica que quiero para mi vida? Siento que no, no debo dejarme guiar por las emociones ¿A veces amar, no es suficiente?

Iba a seguir escribiendo, cuando el móvil suena, sabía que era ella, era obvio, después de todo, se supone que saldríamos. Me levanté entonces como pude de la cama, para tomar aquel aparato.
«Christina

¿Cuándo vienes?»

No tenía ni ganas de hablarle, o de responder, pero lo hice, le contesté que estaba saliendo, que había tráfico. Lleve mi mano zurda, a revolver mi propio cabello, soltando un suspiro, si seré tonto. La pesadez de mi alma es ya demasiado fuerte, me está aplastando y me estoy muriendo.
Salí de mi habitación, con destino al auto, sabía que debía apresurarme un poco, no quería preocuparle ni mucho menos. No tengo casi gasolina, tendré que hacer una parada, espero no noté nada, sería mi fin.
Conduce durante unos minutos, inclusive mi respiración, se había vuelto pesada, mi auto, pequeño y azul oscuro, me recordaba que iba tarde, esto parecía una pesadilla, con cero ánimos, con cero esperanzas, debía encontrarme con ella. Paré en la estación de gasolina, aproveché para hacer lo que debía hacer, y comprar algunos caramelos de fresa, mis favoritos.

— ¿Esto es todo, joven?

— Sí, gracias…

El modo en que me habla, es extraño, es una chica, rubia, ojos verdes, delgada, usando un uniforme, es linda, en algún modo, pero no es especial. Nuestras manos chocaron al momento de tomar mis caramelos, sentí una corriente recorrer mi cuerpo, y mi alma, ¿Qué sucede? Yo tengo pareja. Me quedé viendo a esa chica, con rostro de retrasado, bajando la mirada para verle el nombre «Myri.»

— ¿Necesita algo más?

Mi mirada ya estaba fija en ella, ¿Necesitaba algo más?

— No…disculpé

Tomé los caramelos, apretándolos, y girándome para salir del local. Me detengo a la mitad del camino, para admirarle una vez más, definitivamente, volvería.

Una vez que volví a aquel auto, empecé a conducir nuevamente, pero no podía quitarme a aquella chica de la cabeza, la había visto por solo dos minutos, y no lograba sacarla de mi mente, era impresionante.

Moví mi cabeza, a medida que iba llegando a aquella casa, vaya, no pensé llegar, todo el trayecto pensando en otra chica, era horrible, y ahora debía ver a la persona que se supone que yo debo amar y respetar, pero la verdad es otra, la verdad es que me interesa otra. Me baje del vehículo, con la respiración un poco agitada, parecía que estaba cansado, pero solo estaba nervioso. Saqué mi móvil para escribirle.

«Estoy abajo, amor.» Vaya hipócrita, no podía ser que esto me estuviera pasando, me respondió en seguida, casi de inmediato, iba a abrirme la puerta, y aún pensaba en otra, aún…

Me acerqué la puerta, cuando escuché como la perilla giraba, y veía a «mi chica», delgada, estaba en los huesos, había perdido mucho peso en los últimos meses, la ropa le quedaba grande, estaba en pijama, era asqueroso verle de este modo.

— Hola, amor…
Dije en un tono calmado, pero la verdad es que pensaba en lo mucho que me desagrada el verle de este modo.
— Hola, cielo.
Se acercó para besarle, a lo que yo respondí, en mi interior me había alejado, y me había ido, pero la realidad es una cosa, y la vida es otra.

Entré entonces a su casa, de un solo piso, dos habitaciones, un baño, un apartamento bonito si se vive sólo. Me fui adentrando a aquella casa, yendo a la sala, el escenario era patético, la droga encima de la mesa delante del televisor, el sofá estaba ya viejo, su color verde había desaparecido por completo, no quedaba ni un rastro de lo que solía ser. Me senté, esperando por ella, pero no la veía, ni siquiera escuchaba a alguien caminar.

— ¿Cielo?
Pregunté, pero no obtuve respuesta, me levanté entonces para buscarle, me estaba empezando a enojar, apenas me había sentado, y ya debía ir tras ella.
Entonces la vi, seguía en la puerta, hablando con un chico, no sabía quién era, pero honestamente ni estaba interesado, me quedé a buena distancia, pero no lo suficiente para escuchar de que hablaban. Ella parecía nerviosa, se tocaba el cabello, movía sus dedos, y le miraba directo a los ojos, y él le miraba, como yo vi a aquella chica de la gasolinera.
Suspire, acercándome entonces a ambos.

— ¿Hola?
Mi tono era sarcástico, mi chica volteo en seguida, giró para ver al otro chico.
— Ya puedes irte.
Le dijo al otro, mientras volvía su mirada hacia mí. ¿Qué había sido eso? Sin más el contrario se fue, dejándome bastante pensativo de aquella situación.
No quiero rayarme mucho, ni siquiera quiero pensar en lo sucedido, no me interesa, las cosas son como son, y no hay nada que pueda hacer para cambiarlas.
Simplemente me giré, volviendo a aquella casa, hace un tiempo atrás, aquella casa se veía tan familiar, y ahora se veía tan distante, ya no parecía ser lo que solía ser, ¿Habría sido culpa mía? ¿Seré el causante del cambio? Podía aún escuchar cuando compartía con ella, uno no se da cuenta de lo que tiene, hasta que alguien más se lo pone en cara.
Mis pasos eran lentos, consecuencia de que eran pesados, como si me obligará a entrar, una vez pasada la puerta, solo deje caer mi cuerpo contra la pared del pasillo. Ella me miraba mientras cerraba la puerta.
— No es lo que crees.
Parecía que tuviera miedo, ocultaba su rostro con sus propias manos.
— ¿Qué es lo que creo?
Ella calló, solo me miró, rompiendo en llanto, como si le hubiera hecho la peor de las preguntas, en sus lágrimas cayeron, los dos años que habíamos estado juntos, las veces que la busque y ella drogada, cuando casi se suicida y yo la salve, todo lo que hice, y en ese momento me di cuenta, que mis acciones eran porque pensaba que podría ayudarle, pero uno no puede ayudar a alguien que no quiere ayuda.
Se dejó caer a mi lado, mientras me sonreía.
¿Y esta por qué sonríe?
— ¿Estás drogada o qué?
Mantuvo aquella sonrisa, negando con la cabeza, las lágrimas habían parado, pero ahora me sentía mal, no había forma de explicarlo, simplemente me sentía mal, cansado, harto.
Ella no decía nada, seguramente porque pensaba que si hablaba, empezaría a llorar, ¿Qué clase de relación es esta? No hay confianza, si no eres capaz de llorar delante de la otra persona.
Me levanté entonces del frío piso, arreglando mi vestir, llevando mi cabello hacía atrás, y pronunciando las siguientes palabras, que irían directo al corazón.
— Me voy, y no volveré.
Había sido un sacrificio para mi decirlas, su sonrisa desapareció, y solo me miraba incrédula, ¿Cuántas veces habré dicho lo mismo? ¿Cuántas veces me he sentido de este modo?
Empecé a caminar hacía la puerta, mientras ella estaba en el pavimento pensativa, tal vez pensando si mis palabras eran reales, si de verdad quería decir eso, lo irónico es que inclusive en el momento en que cerré la puerta, dejé mi mano unos segundos en aquella perilla, esperando por una voz que me detuviera, alguien que por favor me hiciera sentir importante, pero no hubo nada. Fue en ese momento, en donde las ganas de llorar se hicieron reales, que patético, llorar en frente de todos, me odio.
No sabía si tomar el vehículo, es decir, quería caminar, quería pensar, quería sentirme humano. Caminaba sin rumbo, viendo las casas cercanas, las lágrimas eran débiles, al menos pude esconderlas bien, hasta que sentí un pelotazo en la cabeza, ¿Qué había sido eso? Me sobe con la diestra, girándome para ver que ocurría, ahí lo vi, era el chico de hace rato y otros, jugando a la pelota, me enfade, me acerque a ellos con la pelota en la mano, pero cada vez que me acercaba, ellos se alejaban, ¿A qué juegan? Mis pasos se volvían más rápido y más huían, me detuve, y me di cuenta, que entre mis manos no había ninguna pelota, y que me había perdido, había corrido tanto intentado alcanzarlos que me alejé, más de lo debido.
Giré mi cabeza a los lados, atrás, adelante, y ahí lo vi, alto, cabello negro, ojos marrones, un hombre occidental común y corriente, ¿De dónde sería? Era la única persona cerca, que extraño. Sin querer pensarlo demasiado, me acerque a aquel ser sin nombre, no sabía cómo llamarle, ¿Y si no hablaba mi idioma? Parecía un extranjero.
— ¿Eh? ¿Hola?
Estaba moviendo mi mano zurda, para tocarle el hombro, pero él se giró, me vio asustado, e inmediatamente llevo su mano a tocar sus bolsillos, me alejé un poco, y entonces le dije.
— Estoy perdido…y venía de la casa de la calle fangoria y me he perdido…
Estaba nervioso, lo admito, este chico pensaba que iba a robarle, ¿Cómo debía sentirme?
— ¡Joder! Me has asustado.
Entonces su cuerpo se relajó, dejo de tocar su bolsillo, y volvió a acercarse.
— Mira, solo debes bajar por la calle, siempre derecho y llegarás.
Tenía un acento inglés, solo asentí con la cabeza a lo que decía, juntando mis propias manos.
— Pues gracias, voy a ello.
Sonreí, empezando a caminar.
— ¿No eres de aquí, cierto?
Estaba siguiéndome, ¿Ahora este qué quiere?
— No, la verdad, no.
— Me he mudado hace un par de días, y estoy sólo.
— Yo también estoy sólo.
Bufé,  girando ahora mi mirar a aquel inglés.
— Pues somos dos hombres solitarios entonces.
De igual modo me miraba, y me sonreía, ¿A dónde va esto?
— No te cierres.
¿Ah? ¿A qué venía eso? Tal vez como me veía asustado no quería que me pusiera nervioso.
— Yo…debo irme.
En ningún momento había parado de caminar, por lo cual, en poco tiempo, tenía mi propio auto enfrente, y la casa de aquella. Desde la ventana volví a verle, mi mirada se petrificó al ver que tenía la pelota que yo creí haber recogido ¿Sucedió de verdad o no?
— Meh, ¿Chico?
Dejé ir aquellos pensamientos, y volví a ver al extranjero.
— ¿Cómo te llamas?
Le pregunté, después de todo, no era tan mala idea, si ella tenía a otro, ¿Por qué yo no podía tenerlo? Y sí vivía en la misma calle, mucho mejor. Lo admito, estar con alguien por despecho, es patético.
— Me llamo William, ¿Y tú?
— Akane, me llamo Akane.