Durante años mantuve mi batalla personal contra el oso pardo y sus cuidadores. Aunque en realidad no tenía nada contra el oso. Lo estaba utilizando, es verdad, para que las autoridades y las gentes no olvidasen al hombre en una tierra tan lejana, en una tierra tan ausente. Y, por supuesto, nada tenía en contra de quienes le promocionaban o cuidaron, no porque comprendan lo que escribo, sino porque no está reñida la defensa de un animal que encaja en el medio perfectamente con el desarrollo de su trabajo que les obliga en exceso a ver sólo y únicamente al oso pardo.
Nunca he visto un ejemplar, salvo el que se mostraba en la casa que la Asociación Oso Pardo abrió en Verdeña, un pueblo que a mi tanto me atrapó siempre en todos los sentidos, y que lleva mucho tiempo cerrada, seguramente, en espera de un traslado a Cervera, donde ya se suscitó un polémico debate por el emplazamiento que querían darle en la bolera.
Según informaba a este diario la Junta de Castilla y León, en los últimos 25 años se había triplicado el número de osas reproductoras en la zona oriental de la Cordillera Cantábrica. Pero el colectivo conservacionista en el primer boletín de este año que estamos a punto de despedir, vuelve a lanzar una proclama preocupante: la población de osos pardos de la zona cantábrica oriental se encuentra al borde de la extinción.
Se estima en 230 ejemplares, cuyo número más abultado se localiza entre los Ancares (León) y Lugo, no superando la treintena en el sector oriental que nos toca y donde vive un único núcleo reproductor consolidado de 5 o 6 osas.
Si los primeros censos realizados en 1952 estimaban la población del oso pardo en 40 ejemplares, si el primer censo del Fapas en 1986 ya arroja un número aproximado de 90 osos, estimación que va aumentando en estudios que realiza Palomero en 1993 y 2007, no entiendo ahora la alarma que pretenden mostrarnos. Sí es cierto que crece muy poco, en algunos sectores se ha estancado y en otros peligra por diversas causas entre las que se cita el furtivismo, pero no menos al borde de la extinción que la vida humana.
Nada tengo en contra del oso y de quienes le defienden a capa y espada, pero he de insistir, porque todo me condiciona a ello, que esos supuestos miedos a la desaparición de la especie, hace ya cincuenta años que los vienen anunciando, los mismos años que los demás venimos anunciando la muerte de tantos y tantos pueblos.
De la sección "La Madeja" en Diario Palentino, @2016